
La edición inaugural de la Copa del Mundo de rugby femenino se celebró en Gales en abril de 1991 y duró un par de semanas. Doce equipos se midieron en diferentes escenarios en los alrededores de Cardiff, en busca del título encarnado en un antiguo trofeo de plata. La mayoría de las deportistas que participaron en esas selecciones asumieron sus propios gastos y lo pusieron todo sobre la mesa para tratar de aprovechar la que era su primera oportunidad de probarse como jugadoras en un escenario internacional. El equipo de Estados Unidos sería, a la postre, el que se proclamaría campeón, derrotando a Inglaterra por 19-6 en la final que tuvo lugar el 16 de abril de 1991.
Sin embargo, aquella primera Copa del Mundo fue mucho más que los simples partidos que dieron forma a la competición. De alguna forma situaron por primera vez en el mapa el rugby jugado por mujeres. Muchos medios se tomaron el torneo con una mezcla de incredulidad por la audacia de las mujeres que practicaban este deporte -no digamos además al nivel de una Copa del Mundo-, mientras otros periodistas mostraban su genuino apoyo a la competición recién nacida. Con el tiempo, aquel impulso que supuso el primer Mundial femenino sirvió como base sobre la que después, pasados 30 años, el rugby femenino ha logrado el general reconocimiento.
El origen de la competición tiene un pie por un lado en la Copa de Europa que Gran Bretaña estaba llamada a acoger en ese mismo año 91; y el otro en un evento llamado Women’s Rugby World Festival que se celebró en Nueva Zelanda en 1990. Si rápidamente aquella semilla creció y dio forma al torneo mundialista fue gracias a la pasión y la dedicación de un pequeño grupo de mujeres voluntarias lideradas por Deborah Griffin, Sue Dorrington, Alice Cooper y Mary Forsyth: todas ellas jugadoras del Richmond en Londres, conformando un grupo que trabajó de forma incansable para mover todas las piezas y darle forma a la competición.
Así las cosas, Deborah Griffin ejerció en aquellas dos semanas como directora del evento, mientras que Alice Cooper se encargaba de gestionar la información referente a las novedades de último momento de los equipos antes de los partidos y facilitarla a los medios, además de atender sus solicitudes. Seguramente el mayor quebradero de cabeza para la organización fue el incidente protagonizado por el equipo ruso, que llegó a Gales literalmente sin dinero para pagar su alojamiento, el transporte ni la comida. Para salir adelante con los gastos, las rusas se habían subido al avión con el equipaje cargado de vodka, caviar y diversos souvenirs soviéticos, que esperaban intercambiar por libras esterlinas a base de trueques. La idea no fue precisamente bien acogida por los funcionarios de aduanas británicos, que frenaron a la expedición al pisar suelo británico.
En el terreno puramente deportivo, el equipo estadounidense fue el dominador gracias a su potencia física, pasando a menudo literalmente por encima de sus rivales con su par de Segundas del Infierno y las Turbopilares que poblaban su primera línea. Así alcanzó la final, en la que Inglaterra opuso su mayor habilidad técnica, al punto de ponerse incluso por delante en el marcador en el primer tiempo del partido 6-0, gracias a un ensayo de castigo. El control del marcador le duró a las inglesas lo que tardó Estados Unidos en anotar un primer golpe de castigo pasado por Chris Harju. A partir de ahí ya no hubo forma de pararlas, hasta el 19-6 que reflejó el marcador al final del encuentro.
Incluso después de que la competición hubiese finalizado, el grupo de organizadoras tuvieron que enfrentarse a significativos problemas, sobre todo en el apartado financiero. A pesar de todo el entusiasmo y el interés que despertó, la primera Copa del Mundo jugada por mujeres dio pérdidas, de forma que Deborah Griffin y su equipo de trabajo tuvieron que asumir personalmente un elevado porcentaje de los gastos generados. Sus enormes esfuerzos no habían servido ni siquiera para encontrar un patrocinador que sostuviera económicamente el torneo, y los costes que provocó la situación del equipo ruso contribuyeron a elevar aún más unas deudas que ya de por sí se habían amontonado en las dos semanas de competición. Algunas noticias apuntaron incluso a la posibilidad de que las cuatro tuvieran que rehipotecar sus propias casas para solventar los pagos, pero ahí fue donde la RFU inglesa hizo expreso por fin su tácito apoyo al rugby femenino, deslizando de forma discreta un talonario que permitió hacer frente a los gastos generados.
Aquella primera Copa del Mundo estableció el molde para los torneos que vendrían después y que se han celebrado hasta la que estas semanas tiene lugar en Nueva Zelanda. La segunda edición, en abril de 1994, se vio obligada de nuevo a confiar en el voluntarismo de un grupo de personas encargadas de sacarla adelante; y de nuevo los equipos participantes debieron asumir sus propios gastos para competir. Pero la perseverancia de la comunidad que conformaba el rugby femenino y su empeño en crear una competición internacional de élite empujaron a los rectores del deporte, estructuras mayoritariamente controladas por hombres, a asumir por fin la organización de la Copa del Mundo de 1998. Y a elevar de forma paulatina su apoyo en cada uno de los torneos posteriores.
Todas esas historias, que le dieron forma poco a poco a la evolución del rugby jugado por mujeres hasta llegar a la imparable explosión profesional de estos últimos tiempos, son el objeto de la exposición que el World Rugby Museum inauguró el pasado mes de marzo y que se puede ver en Twickenham: ‘The Rugby World Cup: In Her Own Words’.
[Sobre la autora – Lydia Furse es experta en la historia del rugby femenino y doctora por la De Montfort University. Ha sido co-comisaria de la exposición ‘The Rugby World Cup: In Her Own Words’ en el World Rugby Museum y prepara un libro que cubrirá la historia social y cultural de las mujeres en el deporte del rugby, desde 1880 a 2016.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog From the Vaults, en la web del World Rugby Museum. Puedes seguir los perfiles en redes sociales del World Rugby Museum en Facebook, Twitter e Instagram].