Habrá dos finales en Sudáfrica. Sí, dos finales internas. De haber estado mucho tiempo por África austral acabas contaminándote de las complicaciones y crueles prejuicios locales y solo entonces empiezas a entender la complejidad de un país que parece uno pero son mil. En los moralmente encorsetados años del apartheid, el Bishops Diocesan College, en el suburbio de Rondebosch, Ciudad del Cabo, reunía a la par una educación elitista y liberal en Western Province. Sus claustros enseñaban en inglés, se jugaba más al a cricket que a rugby y se leía The Cape Times; un poco El País de Sudáfrica.

Después estaban los chicos del Stellenbosch Gymnasium, popularmente los maties. Feudo afrikáner orgulloso y rural por excelencia. Conservador y lector de Die Burger, el ABC en afrikaans, un idioma gramaticalmente simple y tosco. Bastardizado y amputado del dutch, que ya era un fucking lo que sea, dicen en burla los sudafricanos de origen posh (británico)… Stellenbosch es El Oxford de Sudáfrica, donde no se aceptaban alumnos considerados non whites y el rugby- materia obligada – se eleva a los altares del choque, pues eso del dribble es cosa de los francos. Una máquina de producir abogados y jugadores de élite; la factoría Bokke durante muchos años. Afortunadamente, Stelly ha abierto sus aulas y su mente.

El Varsity Game contra los souties de Cape Town era la oportunidad idónea para zurrarle al inglés; romperle la nariz en un agrupamiento y dejarle los ocho tacos tatuados en los riñones en la primera abierta. Aquellos fueron los primeros tatuajes del rugby. Eran otros tiempos ajenos a las camisetas pegadas y los tupés De Allende… y en los que se placaba y punto. Sí, también alto. Un juego de chicos malos con caritas de yo no fui y polos de rayas. [Yo] los viví y salí a tiempo de estas épocas de Instagram y refritos arbitrales en los que sólo falta un funcionario con botas que de fe de un placaje alto o una mala mirada.

El equipo inglés, reunido al final de su victoria ante los All Blacks [Foto: World Rugby].

A mí, que se me ve el verde a la legua, ni me gustan los ingleses, ni me desagradan ni lo contrario; quizás por ello soy fan de su fair enough, cual utility back del lenguaje diario, y será muy difícil descabalgarlos este sábado. Me gusta la flema inglesa pero más el now now, right now, just now sudafricano. Media Sudáfrica blanca tiene familia en Inglaterra y la otra mitad, unos primos ya muy lejanos en los Países Bajos. Razón por la que puedo asegurar que hay más unidad en los negros que en los blancos deseando la tercera Webb Ellis en la manga del jersey verde y oro. Los hindúes están al cricket.

Antes usamos la voz afrikáans soutie: se trata de un término despectivo con el que el afrikáner se refiere al Southafrican English. Un salty en la lengua de Lord Byron, alguien que tiene la entrepierna salada, pues vive con un pie en la vieja Inglaterra y otro en la soleada Sudáfrica… Amigos míos, el bóer, generacionalmente y emocionalmente, ya es africano desde hace siglos; el guiri no lo termina de llevar bien ni socialmente y le puede el prejuicio, por eso siempre vive con un billete de British Airways en el horizonte. Aunque algún bóer ha vestido la rosa, caso de Mouritz Botha; un apellido Botha con la rosa, ¡si Paul Kruger despertara!

Inglaterra querrá un campo grande y Sudáfrica pequeño. Los Pitbulls Tom Curry´s & Company vs Kolisi & Du Toit Transformers. Será un duelo de francotiradores y cada golpe, moralmente, valdrá más de tres puntos. Esbozo un resultado raquítico, un ensayo valdrá platino

Se repite la final de 2007, en la que Michael Robinson dijo con su castellano fonéticamente ortopédico: «Vheo a quuynce hombrues contrrra quuynce niños, guanarra Sudtafrica». Y así fue; será la guerra de los bóers de nuevo, pues los anglos quieren el oro, otra vez.

Los ingleses son indignamente dignos a la hora de esconder la inmundicia de su [a]moralidad histórica y sus derrotas, muchas, en los burladeros de la épica. Tras un lustro escribiendo mi tesis, me di cuenta de que quien escribe la historia, marítima en mi caso, del mundo, maneja las publicaciones y los ensayos. Literarios en este caso. Decía un tal W. S. Churchill en su entretenidísimo diario de campo Boers War, testigo directo entre las filas afrikáners haciendo de corresponsal de guerra para la prensa inglesa, que estos tipos eran una turba de soberbios jinetes barbudos semianalfabetos que “leían” el Antiguo testamento, bebedores de café amargo pero con una puntería endiablada. La suficiente para, al galope, dejarte tuerto a 700 yardas con sus rifles Winchester, vendidos por los traidores yankees

Handré Pollard me parece un justo heredero de francotiradores en la estela de Jannie de Beer – que ya cosió a drops al XV de La Rosa en 1999-, al inolvidable Naas Botha, a Percy Montgomery – de ilustre apellido inglés -, al frío y calculador Morné Steyn o al angelito de Aliwal North, donde alguna vez he parado a tomar café camino de Bloemfontein, Françoise Steyn: el G6 de la artillería sudafricana y superviviente de la final de 2007. Un tipo capaz de enmarcar un drop desde medio campo y quedarse tan pancho. Está gordo, pero tiene más tablas que IKEA y eso bien sabe Rassie Erasmus que hace vestuario.

Inglaterra querrá un campo grande y Sudáfrica pequeño. Los Pitbulls Tom Curry´s & Company vs Kolisi & Du Toit Transformers. Será un duelo de francotiradores y cada golpe, moralmente, valdrá más de tres puntos. Esbozo un resultado raquítico, un ensayo valdrá platino y veremos el cartel 13th phase varias veces en la línea de ensayo. La baza del choque por sistema y empujar, con cuatro siglos de proteína en los genes sudafricanos, no la creo esta vez desequilibrantemente ganadora, pues no están los Botha, Matfield u Os du Randt de 2007. Y el pack roast beef es duro e igualmente se despliega como los casacas rojos de Amanecer Zulú.

Honestamente, no tengo ni idea de lo que pasará, sólo sé que estoy muy nervioso y que tengo un polo de Inglaterra en el que atrás pone Boer; y una veintena de jerséis Springboks acumulados desde 1992…