La cara curtida del padre de Siya Kolisi es la fachada de los últimos cincuenta años de África del Sur. Un país de tribus más que justificado donde el braai, el juntos pero no revueltos, unas gotitas de odio y un poco el balón de rugby, los pone medio de acuerdo. Sudafrica es una colección de estados emocionales altamente compleja de entender. El viejo del capitán de los Springboks escenifica el retrato del sufrimiento y en la memoria RAM de sus pupilas debe de estar almacenada una buena hemeroteca del apartheid en blanco y negro.

Este hombre, que nació y creció en pleno régimen segregacionista y debió lidiar con todas sus vejaciones sociales, desde la política de pases a la prohibición de sentarse en un only whites banco, me resulta enormemente familiar en sus facciones estriadas y esculpidas por el duro cincel del haber nacido negro en Sudáfrica. Su cara la he visto en cualquier calle de Ciudad del Cabo, Pretoria o Jo´burg. En la cola para subir al Arrow bus que va al Township o en la del Pick n´Pay comprando el menú del día.

Sin duda es el rostro genérico del negro que solo dios sabe en lo que ha trabajado – como un negro – para sacar adelante a una riada de hijos y evitar que (estos) acabaran bebiendo cerveza Castle y esnifando dios sabe qué en el shebeen de turno para salir a robar un BMW a un elegante barrio blanco. Así, sin anestesia ni aforismos; tal y como es.

Vukile Kolisi y Fezakele Kolisi, tío y padre del capitán de los Springboks (Foto: Brian Witbooi).

Una visita a cualquier campus de rugby previo a los años noventa, e incluso ahora, es la vuelta a Beverly Hills 90210 Sensación de vivir – dios bendito, qué mayor estoy ya – ; chicos blancos, altos y guapos, coches y sonrisas a lo Schalk Brits. Un catálogo de Tommy Hilfiger en el que ya hay negros profident vestidos de marca.

¿Han cambiado las cosas? Sí. No; pero esta tercera Webb Ellis que nos hemos bajado al fin del mundo donde vivimos, esta vez ha salido del shebeen. Término slang para llamar a una cantina – sin licencia para vender alcohol – de techos uralita en el Soweto de turno donde los /brudah/ se reúnen a soplar y ver deporte en la telly; ya sea un Mamelodi Sundowns vs Kaizer Chiefs de fútbol, un Cheetahs vs Sharks de la Currie Cup o a los Springboks contra los All Blacks. No falta un bidón ardiendo para calentar: un invierno en el altiplano de Gauteng es un poco Soria.

La de 1995 fue un éxito atronador y mediático, pero no olvidemos que siempre a la estela de un deporte aún eminentemente blanco. Incluso la de 2007 aún conservaba un viejo aroma de la Sudáfrica blanca. Esta copa viene de lo más humilde y machacado de la vieja Sudáfrica

Esta copa viene de lo más humilde y machacado de la vieja Sudáfrica. La de 1995 fue un éxito atronador y mediático, pero no olvidemos que siempre a la estela de un deporte aún eminentemente blanco, recién salido de las sanciones internacionales contra el apartheid y catalizado con la inercia de la liberación de Mandela. Incluso la de 2007 aún conservaba ese aroma de la vieja Sudáfrica blanca: un XV plagado de jugadores de apellidos afrikáner formados en universidades privadas. Étnica. Menos endogámica si me permiten la licencia del término. A mis ojos de mucha Sudáfrica vista y leída ya en las pupilas, más fresca, más espontánea… y eso que los problemas de casa siguen siendo los mismos y así seguirán por muchos años.

Así son los Springboks del triunfo de 2019. Más de barrio, de township. Son una rubia que se largó unas mechas oscuras y un par de argollas latinas y salió a romper las aceras a base de cintura, papi. Las viejas enaguas sociales sudafricanas se van recortando. Este grupo es, ¿cómo expresarlo?, más kinki. ¿Han visto algún videoclip de Die Antwoord?: si no es así véanlo y lo entenderán mejor.

Pollard con cara de santo, Elton Jantjies de trilero de cualquier semáforo de Johannesburgo, Vermeulen de paramilitar, Faf de surfer en Kalk Bay o Cheslin Kolbe, cual vendedor de biblias reformadas a domicilio, generan un reparto muy desenfadado. Y después Siya Kolisi, que debería salir en El Club de los Poetas Muertos o en The Quijote of South Africa. Sí, el mismo que pidió un autógrafo a la vieja Sudáfrica en la jeta del enorme Schalk Burger, rey de los flankers psicópatas, cuando era un estudiante de secundaria cuya familia las pasaba canutas para tener leche el día 20 del mes en curso.

Así son los Springboks del triunfo de 2019. Más de barrio, de township. Pollard con cara de santo, Elton Jantjies de trilero de cualquier semáforo en Johannesburgo, Vermeulen de paramilitar, Faf de surfer en Kalk Bay o Cheslin Kolbe, cual vendedor de biblias reformadas a domicilio, generan un reparto muy desenfadado

El padre de Kolisi, que jamás había salido del país hasta ir a ver a su hijo en la final en Japón, ejemplariza lo que se ha tenido que pasar y las alambradas que a la par se han cortado pero también tragado, para (aun así) seguir teniendo una hermosa colección de retos en un país cuya belleza física y humana solo es igualada por su deliciosa colección de problemas sin solución; así que la gente sonríe o te vende sticks de corazones en los semáforos por R20. Sudafrica es un bebé con un revolver.

Sí, este triunfo – insisto – viene enraizado desde abajo, de lo más humilde y sencillo y es la puerta a las generaciones que van a querer vestir el jersey verde y nos hará aún más jodidos de ser vencidos. Los Boks que, deportivamente hablando, siempre han sido aborrecidos ya no por su pasado sino por ser un equipo granítico en el límite de la marrullería, parecen ir reinventándose sin perder su esencia más sana. Y es que el rugby tiene y necesita de esa condición de elegante rufianismo con carita de yo no fui, que derrite a las féminas de igual manera que una go-go dancer huérfana de tacones de aguja es un jardín sin flores. Lapídenme, me gusta.

Esta copa es de los miles de padres de los mil Kolisis de la vida que se buscan el pan en un país cuyo frágil equilibrio social vive bajo el jaque de desquebrajarse y cuya lamentable clase política, obsesionada en las cuotas raciales y el revanchismo histórico, no evitará que el negro de turno quiera vestirse de verde y partirse la cara por un blanco. Sí, los hijos de Siya Kolisi vienen de una madre blanca…. ¿hierve ya Invictus 2.0?