
El Central era una nevera aquella tarde de febrero de 2012 que enfrentó al renovado león con la Nueva Zelanda de la categoría. El partido comenzaba a las cuatro de la tarde, horario que se solapaba con un encuentro del Seis Naciones y que se ha decidido trasladar en los últimos años al mediodía del domingo. Al aficionado al rugby en España, una especie no tan común, le venía tocando elegir entre la intemperie del hormigón de la Ciudad Universitaria o la comodidad de la butaca y la pantalla. Acudieron seis o siete mil para ver a Georgia, una cifra en el rango alto de la franja de los habituales al estadio nacional antes de que el boom por el Mundial que nunca fue, por los dos Mundiales que nunca han sido, disparara la asistencia.
En la selección española de hace ahora diez años había ya muchos franceses, más de una decena y casi todos titulares. Esta vía para la captación de talento, también explorada en los años previos a 2012, se desbordó en aquella convocatoria. Los que llegaban de allende los Pirineos eran la principal novedad: los foráneos, aquellos jóvenes de apellidos extraños, daban pie al debate sobre si su incorporación favorecía o perjudicaba la formación de esa identidad que nadie sabe muy bien cuál ha de ser, que siempre será distinta según quien la enuncie, pero que España, sin ninguna duda, ha de tener.
El nuevo seleccionador, el galo Regis Sonnes, apostó por importar talento de las ligas vecinas. Muchos de aquellos tenían raíces españolas, un nexo habitual en el mediodía francés, poblado por miles con orígenes ibéricos. El baloncesto o el balonmano, dos de los deportes colectivos en los que mejores resultados ha obtenido España en las últimas décadas, han incorporado -sin excesivo ruido y coincidiendo con su explosión competitiva- jugadores llegados de fuera y nacionalizados para su inclusión en el respectivo combinado.
La selección dispuso un equipo prácticamente nuevo, desconocido para casi todos. César Sempere, el producto más sofisticado del rugby español en el siglo XXI, era de la partida. Enfrente, un equipo superior: habitual de los Mundiales, dominador en la Europa no integrada en el coto cerrado del Seis Naciones… y más cerca del nivel de Italia que del que entonces cabía suponer a España.
Arrancaron fuertes los locales, mostrando el guion con que afrontarían el envite. Defensa en campo propio -por delante de la línea de 22- y agresividad para desbaratar el juego a la mano de los caucásicos, una de las facetas que más duele al rival. Cada oval recuperado habría de convertirse en una ventana para respirar y un resquicio para anotar.
Lo normal era perder: servía una derrota decente, con unas cuantas incursiones en campo rival -alguna de ellas en la segunda parte y probablemente antes del minuto 60, esa frontera física que ha venido fijando la brecha entre España y aquellas que mira por encima.
Se ganó. La defensa española resistió el empuje georgiano sin que los minutos mellaran a un paquete de delanteros tan solidario como eficaz. En la primera mitad Sempere, aquel día de segundo centro, había descosido la zaga caucásica al contragolpe. Los tres cuartos locales volaron por la estepa parda del Central y conquistaron una ventaja en el primer cuarto del partido que serviría para cerrar un triunfo tildado de histórico.
Semanas después, el combinado español se imponía a Rumanía también en Madrid con un lejanísimo drop de Mathieu Peluchon en los minutos finales. En poco más de un mes, los dos cocos de la categoría habían sucumbido ante la versión cañí de la legión extranjera. Ambas victorias, tan sorprendentes como convincentes, pusieron a España en la senda hacia mayores cotas. En el invierno de 2012 el salto adelante se antojaba posible, aunque una parte de la prensa especializada y no pocos aficionados recelaran de la receta: ¿Eran aquellos extranjeros meros fichajes sin cabida en sus países que buscaban fortuna en la España oval sin ventura?
La descalificación trunca tres partidos que habrían puesto al XV del León en el mapa (contra Irlanda, Escocia y Sudáfrica) y frustra a una buena generación de jugadores con decenas de comparecencias con la selección
Con el adiós de Sonnes se retornó a una fórmula que anteponía la mirada endógena: en el breve lapso con Bryce Bevin al frente se buscó dentro para no tener que traer de fuera. Poco duró aquella revisión: el todavía seleccionador Santiago Santos recuperó a los otros sin excesiva demora. Conforme sumaban partidos y victorias, el origen dejaba de importar. Ya eran nuestros. El despropósito arbitral en el anexo de Heysel desbarató un sueño ganado en el campo durante los nueve partidos previos; semanas después, un lío burocrático por el que la federación internacional castigaba a la española enterró definitivamente las opciones del león. Los pasaportes y las condiciones de residencia ya estaban allí.
También con extranjeros alcanzó España el Mundial 2023, remontando su flojo -y pandémico- 2021 con un espectacular 2022. Y por motivos parecidos a los de cuatro años atrás no podrá disputarlo. La descalificación trunca tres partidos que habrían puesto al león en el mapa (Irlanda, Escocia y Sudáfrica) y frustra a una buena generación de jugadores con decenas de comparecencias con la roja. Más allá del gran escaparate perdido, de las visitas y viajes que ya no habrá y del dinero temeroso, la expulsión deja un rosario de culpables del que no escapan el jugador de origen sudafricano, su club y la propia federación española.
La vía de acceso al Mundial es ahora más sencilla que en 2019. La segunda plaza en el Campeonato de Europa (Seis Naciones B) ofrece un billete directo; la tercera posición deja la chance de una repesca. Con Georgia aún por encima, las opciones de la nueva España que vendrá pasarán por rebasar a Rumanía, Portugal y Rusia, terna de un nivel ora algo por encima ora algo por debajo del que viene mostrando el león. Si el vigente reparto de plazas no cambia, la clasificación no se adivina tan lejana.
El análisis de los rivales por los pocos huecos libres topa con el estado de ánimo que exhibe la afición en las horas posteriores a la dolorosa decisión. Los cercanos partidos contra los veteranos de Nueva Zelanda y la selección de Italia calibrarán la respuesta de la gente del rugby al último desaguisado conocido. Dos encuentros que debieron concebirse como ensayos para el Mundial, se transformarán -presumiblemente- en sendas ceremonias de despedida para algunos de los héroes de las gestas sin consumar que ha firmado la absoluta española en los últimos años.
La magnitud del golpe amenaza con perpetuar la postración de España en el planeta rugby. La esperanza reside en la formación de un nuevo bloque que, en un periodo razonable de tiempo, pueda competir a un nivel similar al de esta temporada
El final de ciclo de quienes compraron sobre la hierba un billete a Burdeos, con fecha de 9 de septiembre de 2023, se adelanta prematuramente. El futuro del equipo absoluto masculino se atisba borrascoso: las categorías inferiores o una nueva hornada con jugadores de nacimientos dispersos, seguramente una mezcla de ambos orígenes -aunque haya quienes planteen dejar de pescar en caladeros ajenos, dados los problemas legales derivados, ya sea por falta de celo o por pocos escrúpulos-, ofrecerán la respuesta.
Las citas mundialistas de 2027 y 2031, a disputar tal vez en Australia y Estados Unidos, se ven tan remotas como la geografía ubica a estos dos países. La magnitud del golpe recibido amenaza con perpetuar la postración de España en el planeta rugby. Con una selección masculina ausente del único gran torneo en el que podría participar y unas instituciones señaladas por chapuceras, la esperanza reside en la formación de un nuevo bloque de jugadores que, en un periodo razonable de tiempo, tal vez de cara al segundo de los ciclos mundialistas por venir, pueda competir a un nivel similar al alcanzado estos febrero y marzo.
Para entonces no cabrán las dudas sobre si los que van se pueden elegir o no, las fotocopias se compulsarán, jugadores y clubes respetarán los cacareados valores y quienes jueguen llegados desde otros países solo tendrán que demostrar que merecen tal privilegio. También entonces se volverá a ganar a Rumanía en la hierba.
[Foto de portada: José Martín vía ferugby.es].