Apremia el tiempo. Recorremos el camino entre Argüelles y el Central a paso ligero. Esa ruta, remedo imaginario de la que sale de Princes Street hacia Haymarket y lleva a Roseburn Park, en Edimburgo, se transita en apenas 10 minutos, porque no hay  expendedores de  cervezas en los aledaños. Es verdad que la bebida primordial nos acompaña ya porque la hemos trasegado en el bar Morales, “El Atómico”, convertido hace tiempo en cuartel general previo de los que tenemos afición apriorística a la batallita y al XV del León. Un fotógrafo, un filósofo, un periodista y el narrador ya habían departido de todo. De todo porque, con Terencio Africano, nos sucede que a todos todo (humani nihil a me alienum…) nos interesa.

Digo que íbamos con prisa porque el último y enésimo brindis se retrasó más de lo normal y no hubo himnos para los conmilitones. Para los deambulantes, pues uno, motorizado y quizás más voluminoso, llegó a tiempo.

Recogidas las acreditaciones y el programa, rápido vistazo, advertimos que el partido ha comenzado, lo que no obsta al cumplimiento de los rituales al uso. Uso, costumbre añeja de más de 30 años, del que no se puede prescindir. El rito social, el ágora, lo que nos hace civilizados. Por la entrada de la Avenida de Juan de Herrera se accede, bajando hacia el campo y a la izquierda, al paseo que acoge al muy ponderado bar del Central, ese que ya conocen en otras latitudes merced a las fotos de Nacho Hernández, el artista oficial de este medio volandero y catódico.

Hay que dejarse caer por allí para saludar a los conocidos, amigos, compañeros y antiguos rivales que -no lo sabemos, pero es casi una certeza- ya empiezan a surtirse en el oasis de la Ciudad Universitaria madrileña. San Isidro, Industriales, el viejo Canoe, caurrozas veteranísimos, un hola, un apretón de manos, un tomamos algo luego. Y después el vistazo primero a la cancha, reluciente, muy mejorada tras temores fúngicos de semanas atrás.

El sol de media tarde reverbera en el esmeralda vegetal entre palos y palos, donde se desenvuelven ya rojos europeos y azules africanos. Tres o cuatro delanteros rivales no pueden disimular su origen bóer, barbados a lo Stephanus Johannes Paulus Kruger y cultivadores de las curvas que fatalmente producen el brai y la cebada. Un destello me trae a la memoria a los rhodesianos, recién bautizados como Zimbwabue, que vi, allí mismo, en 1985, cuando dirigía el banquillo de España un sabio de este deporte, Ángel Luis Jiménez.

Las gradas, las habitables, se muestran casi llenas. No se puede acceder ahora a todas. La pradera ya nos había sido vedada por los cartelones de la publicidad de los patrocinadores. Sacrificio por un bien mayor, pero muestra de la zozobra de la tradición. Ahora la del fondo norte también la ocupan grandes pancartas. Son limitaciones propias de medidas de seguridad y conservación las que van a privarnos de la polémica de las asistencias. Ya nunca habrá más de 6.000 espectadores.

Al testigo atento no se le escapó que Alain Rolland se refugiaba bajo el toldillo de la prensa: Rolland es pieza esencial del entramado de World Rugby en tanto que ocupa posición notable en el negociado arbitral y ver a gente así en el Central nos sitúa también en el mapa, por más que siga siendo un mapa tortuoso y esquinado

Los nuestros, remozados en buena medida, se desperezan con dos marcas tempraneras, que auguran dominio facilón, porque las exigencias europeas son más y mayores que las africanas para acceder a donde Uds. ya saben, al torneo que no mencionaré. La segunda marca nos lleva a un bache, empero. El del conformismo, el del acomodo en esa sensación de seguridad engañosa del que se ve mejor pero no acierta todavía a rematar.

Dos ensayos namibios ponen pronto el marcador 15 a 12, golpes y transformaciones de por medio, y son los levantiscos elementos, Favonio y Júpiter, el vendaval y el trueno, los que recuerdan a los nuestros que hay que espabilarse. Y lo hacen, porque la segunda mitad es de manifiesto dominio del León hispánico hasta el 34-15 final, lo que deja a los Welwitschias con solamente dos victorias en todos los enfrentamientos recíprocos: una oficiosa, frente a una selección madrileña, mayo de 1991, un miércoles en que con los colores de Cisneros formaron los reclutados a toda prisa para competir con los namibios, que hacían escala en Madrid, camino de otros lares, y la de Bucarest de 2016, por apenas un punto.

Bienvenida la primicia del joven Pichardie, la soltura y viveza de Aurrekoetxea, por el que el narrador ha clamado muchas veces,  la velocidad de los Alonso y la potencia de Futeu y la solidez de Merkler, todos bajo el ala protectora de un veterano Tauli que hace mucho más de lo que parece. Sin embargo, no se escapa a nadie que Tonga y Namibia eran compromisos del pasado, casi un expediente que solventar cuanto antes, por más que haya habido quien los ha seguido con mirada aguda y tomando notas, pues al testigo atento no se le escapó que Alain Rolland se refugiaba bajo el toldillo de la prensa, cuando más arreciaba el viento y se apagaba el cielo, atento a las evoluciones de ambos XV. El tier 2 interesa y quiero creer que nuestro XV también, y Rolland es pieza esencial del entramado de World Rugby en tanto que ocupa posición notable en el negociado arbitral. Fue un gran ref, regalo de una lesión articular que truncó su carrera, en los 90, como medio de melé de Irlanda. Ver a gente así en el Central, aunque su cometido nos toque colateralmente, nos sitúa también en el mapa, por más que siga siendo un mapa tortuoso y esquinado.

Pasada la galerna mesetaria y ya a descubierto de la protección de las lonetas uno advierte la actividad que se desarrolla entre bambalinas. Adivina que esto del rugby moderno se soporta con un entramado de relaciones económicas y sociales que lo debe hacer posible; y quiere, casi anhela, que fructifiquen para que reviertan, sobre todo, en el rugby esencial y que este conserve aquello que siempre tuvimos por tan formativo, tan adecuado para, divirtiendo, preparar a la chavalería que se nos acerca para la risa expansiva, la colaboración desinteresada y la resistencia tenaz, todo tan adecuado para lo que pasa más allá de palos y palos. Es un pensamiento fugaz, que provoca la mirada casi de reojo del narrador, porque obligaciones familiares impiden al testigo, por esta vez, unirse a los amigos que imagina ya, en el margen popular y famoso del Central, cerveza en mano, comentando la jornada. Eso que cada vez adquiere más importancia, según la edad aleja las haches del horizonte vital del jugador, en pugna furiosa con esas botas siempre listas en el maletero del automóvil.

[Foto: Nacho Hernández].