No me negarán que el rostro, que es el espejo del alma, es revelador de las intenciones, en apariencia, del que lo exhibe. Expresivos y patibularios los de los rumanos (Van Herden y Fakaoseilea, incluidos, tan rumanos para mí, dura lex sed lex, como nuestros oriundos y aclimatados, que cada uno juega donde puede, le quieren y le peta). Treinta años llevo viéndoles, cinco o seis veces de cerca, las más por televisión y siempre han dado la impresión de aportar un plus de intimidación al tamaño y formas que gastan, al menos hasta que los georgianos hicieron rutilante aparición en el panorama internacional.

Una de esas ocasiones en que los vi en directo fue en mayo de 1989 en Valencia. Ese día un tercera de la tierra tuvo un papel muy destacado, Pepe Roig, que hay que recordar a quien lo merece. El 21 de mayo de 1989 la delantera rumana imponía como nunca. Para muestra Sandru Ciorascu, un segunda de esos que se acomodaron en el Midi porque el juego les parecía menos duro que en casa, o George Dumitrescu, un primera de envergadura y movilidad profesional y uno de los que ganó a la Francia de Fouroux en Auch en 1990, o el malogrado Florica Murariu. Malogrado porque la Securitate lo mató en el levantamiento contra el tirano Ceaucescu en diciembre de 1989, apenas seis meses después de ese partido en España. Aquel día perdimos 16 a 19, pero pudimos haber ganado. Como pudimos haber perdido en 1992 (entonces era Feijoo el seleccionador) o en 2012, porque un 6-0 o un 13 a 12 dejan abiertos interrogantes suficientes para que el azar matice el resultado tanto como el esfuerzo del vencedor.

Ayer no hubo demasiados agobios, no. Dicen que unos 15.000 espectadores vieron caer a los visitantes. No me aventuro con una cifra exacta, no me corresponde, pero sí digo que el Central presentó el mejor aspecto que recuerdo. Mejor que en 1990 o 2001 con Australia o hace un par de años con Tonga. Más público, mejor césped y gran ambiente que no necesita de las estridencias de un animador. Se anuncian los cambios y poco más. Que tome nota de mi parecer, si lo tiene a bien, el maestro de ceremonias.

Que los rumanos jugaran su peor partido en años no va en demérito de España. No propusieron nada más que embestidas y cabezazos. Nunca han ido mucho más allá, por cierto, pero el dominio apabullante de sus delanteras entre los tier 2 propiciaba espacios para que tres cuartos de otros tiempos como Mircea Parachiv, George Sava, Adrian Lungu o Florian Ion anotaran. En realidad era un rugby muy simple y la receta no deja de ser correcta, pues pocas florituras se requieren de un tres cuartos cuando se le franquean espacios infinitos sin defensores que han quedado laminados en los agrupamientos previos. Vale incluso para los mastodónticos tonganos que visten el Roble, más arietes de asalto que otra cosa, pero válidos para lo que les piden.

Sucede que el domingo el XV de España jugó exactamente el partido que necesitaba, y ahí se notan las horas de estudio de Santiago Santos. Negarles el balón delante era complicado, por eso había que desgastarse en una batalla de minado y contraminado para expugnar una fortaleza que al final resultó rendida. Tal fue la batalla en el juego cerrado, el preferido por los balcánicos para dar contenido a su rugby, que no advirtieron la trampa en que se enredaban. Percutían y en una buena mitad de las ocasiones retrocedieron. Iban al ruck (la parodia de rucks que se estilan a la fecha) y los españoles daban contenido a lo que aquella entretenida fase de conquista significó, pero en su versión contraría, el contraruck. Ganar una abierta, que decíamos sin alharacas no hace demasiado.

Nos acorralaban en 22 propia, anticipando sin razón el infinito sufrimiento de los españoles en las melés subsiguientes y salían escarmentados del envite. Nos robaron un par de laterales con lanzamiento propio y respondimos con las correspondientes reconquistas de inmediato. Labor defensiva española, digna de estudio táctico (superioridad numérica zonal, recolocación, orden y esfuerzo mantenido durante 80 minutos) que hacía verosímil que el eje horizontal del juego fuera poco transitado. Pero no fue así. El XV local no olvidó que hacerse previsible es una de las recetas del fracaso. Lo incomprensible, lo extraordinario es que con el desgaste que estaban sufriendo fueran capaces de seguir con solvencia aquellas ocurrencias que Charly Malié iba diseñando.

Con el marcador en contra y el tiempo en fuga los delanteros rumanos se empeñaron en el error. Adelantados las escasas ocasiones en que jugaron abierto, entradas por el lateral en el maul, errores de principiante en sucesivos rucks. Y Linklater cobrando el precio tasado que la ley marca para cada golpe de castigo. El ensayo rumano, postrero, para el 22 a 10, no fue más que el último zarpazo de la bestia cazada. Añado que la Fortuna nos sonríe. Y como esto del rugby no deja de ser un juego que la diosa nos respalde tiene importancia. Lo de Rusia pudo haber sido un empate y ayer Tangimana Fonovai (gracias) decidió que los suyos sufrieran desde el principio. Los réditos de la superioridad numérica en el campo fueron bien evidentes: 10 a 0 (Auzqui y Ascarat) y un plus de tranquilidad para los españoles para los restantes 70 minutos. Creo que hubiéramos ganado igual, visto dos veces el partido, porque con tanto tiempo por delante un equipo con más luces que los Robles podría haberse reconducido. No sé si los rumanos supieron. Es evidente que no pudieron, porque España no les dejó.