Gritan los niños a la mesa. Una familia francesa comparte la videollamada con su papá, que a cientos de kilómetros pone buena cara. Le cuesta, le acaban de arrebatar el sueño que persigue durante años, pero quiere estar ahí. Ha acabado de cenar pronto con sus compañeros de equipo porque, después de dos semanas lejos de los suyos, no está dispuesto a perderse ese momento.

Le gustaría esta allí, y quizá llorar en el hombro de su mujer. El francés estudiado como segundo idioma en el instituto, y la distancia de intimidad que requieren estas situaciones, no me alcanzan para entender la conversación en la que ese León hace de tripas corazón mientras sus hijos, muy pequeños, ríen como si todo eso no fuera con ellos. Es el hall del hotel de la Selección Española en Bruselas, horas después de que un cúmulo de circunstancias le hayan dejado sin esa clasificación directa al Mundial, histórica, que tenía en vilo al país. Hay rabia, indignación, y algunos querrían que se los tragara la tierra.

La cercanía y el cariño de este grupo nos permiten a mí y al amigo Jorge Noguera (Diario AS) hacer nuestro trabajo en mesas contiguas, nos ofrecen cerveza o sentarnos a la mesa en la cena de equipo. «Gracias, pero comimos hace apenas una hora». Excusa perfecta para dejarles estar.

«¿Qué están diciendo en España?… Joder, esas imágenes nos van a hacer mucho daño»

Otro jugador comenta con nosotros el vídeo de la persecución. «¿Qué están diciendo en España? Joder, esas imágenes nos van a hacer mucho daño». Sabe que ese globo que se infló con miles de arribistas volará de forma aleatoria por los aires precipitándose al vacío. Se lamenta y aprieta los puños porque apenas siete días antes tenía a 15.000 almas y al Jefe de Estado haciendo piña con él en el Central. Y ahora toca recuperarles ante Portugal. Nadie justifica que los Rouet se fueran a por Iordachescu, o que a Barthere hubiese que sujetarle, pero tampoco son quienes para rebatirles su rabia:

«Fui a separar a los míos y hubo un momento en qué pensé, ¡pero si nos acaban de robar, ¿qué estoy haciendo?! Lo mejor era irme de allí», confiesa otro.

Seis horas, seis, después del partido el grupo sigue unido. Lo que debía ser una fiesta descontrolada por las calles de Bruselas muta a velatorio. Un puñado reducido de jugadores opta por salir a dar una vuelta. «Nos vendrá bien tomar el aire, son muchos días preparando esto y necesito salir a la calle». De forma natural, otro enfila el camino de la habitación. «Me meteré allí y lloraré. Lo necesito. Esta herida se nos va a quedar ahí y debemos convivir con ella».

«No me duele haber perdido, o que me hayan quitado el billete al Mundial, me duele mi deporte. En décadas que llevo en él jamás creí vivir algo así. Es desencanto. Me han quitado todo en lo que creo», la puñalada en el pecho aún es fresca en la carpa del tercer tiempo. Se dicen cosas en caliente, graves. Es la rabia la que habla.

«No me duele haber perdido o que me hayan quitado el billete al Mundial, me duele mi deporte. Me han quitado todo en lo que creo»

Alguna cerveza con los rivales belgas, pues la guerra no iba con ellos, y poniendo buena cara. Los dirigentes aguantan el tipo en los discursos y la cosa duele aún más cuando el local habla de hacer turismo por Polinesia. Desafortunado, aunque sin intención.

«Que podemos ganar a Samoa. Lo primero es Portugal, y necesitamos a los 15.000 ahí. Y después a por Samoa, que sí. La vuelta es en Madrid y ahí puede pasar de todo, ya lo visteis el día de Rumanía. Y si no, el cuadrangular, pero vamos a ir a Japón» se convencen.

Cae la noche, abrazos de despedida y rumbo a las habitaciones. En la mañana del lunes, de forma escalonada, volverán a sus puntos de origen. Los clubes les reclaman, algunos con excesiva insistencia e incluso tras intentar dinamitar la presencia de los Leones. «Es muy difícil, tenemos la intención del jugador, la predisposición de muchos equipos, pero hay algún entrenador que, quizá por no haber sido internacional y perderse lo que se siente en estos casos, pone más trabas».

No es complicado adivinar de quién es esta última frase. Se acabó un fin de semana negro. Los elegidos vuelven a casa, con sus mujeres, hijos y amigos. «No sabes lo que me duele por ella, por el esfuerzo que ha hecho con los niños para que yo estuviese a tope con esto».

Cerramos la edición de AS el compañero Noguera y servidor, los jugadores que optaron por el paseo vuelven de forma escalonada al hotel. La cara en la victoria, en la burbuja mediática de estos días, y la cercanía y el cariño en la derrota (como Marco Pinto atendiendo a El Larguero cerca de la 1 y media de la madrugada). No dejemos que un calentón, que un momento de furia injustificado, acabe con este sueño. La vida sigue. Y el camino a Japón, también.