
La última jornada en la Premiership inglesa ratificó que asistimos a un cambio de guardia que viene tomando forma desde hace algunos años. Equipos que durante muchísimo tiempo fueron los goliats del campeonato (Leicester Tigers, Wasps y Bath) aparecen ahora clasificados en el 11º, 10º y 9º puesto de la tabla. Un rendimiento que insiste en la desalentadora dinámica en la que llevan metidos algunas temporadas.
Los vientos han cambiado en la liga inglesa, sobre todo los dos últimos años; y ahora, clubes con una larga tradición histórica y con las salas de trofeos mejor decoradas del rugby inglés encuentran dificultades para adaptarse al signo de los tiempos. O directamente han fracasado en su intento de hacerlo.
El signo de los tiempos consiste, en el rugby inglés, en un estilo de juego fluido: esa parece haber sido la receta para los equipos que en estos años han protagonizado meteóricos ascensos hasta la cumbre. Northampton Saints, Bristol Bears, Gloucester e incluso los recién ascendidos London Irish han buscado la fórmula del éxito en un estilo de rugby abierto, ofensivo. Y, aunque es cierto que los dos clubes de referencia en estas últimas temporadas, Exeter y Saracens, basan su dominio más en la potencia abrasiva de su paquete de delanteros que en un juego de ataque especialmente brillante, la realidad es que las estructuras ofensivas en las que se apoyan son, a menudo, infravaloradas.
Es evidente que no todos los equipos disponen de delanteras tan potentes como las de Rob Baxter y Mark McCall; o de jugadores internacionales de primer nivel en los puestos decisivos de su equipo. Y aun así, siguen apareciendo clubes que se han unido, y en cierto modo incluso han potenciado, a esa línea dominante de rugby basado en la velocidad y las destrezas.
Northampton Saints, por ejemplo, desarbolaron el fin de semana pasado a los Tigers, en el encuentro que disputaron antes de la doble jornada europea de este fin de semana. Y lo hicieron mostrando el tipo de rugby expansivo, de pases en descarga y continuidad que su entrenador, Chris Boyd, ha promocionado desde que llegó procedente de Hurricanes en 2018.
Además, a lo largo del tiempo Boyd les ha dado la oportunidad a algunos jóvenes jugadores que normalmente suelen pasar el tiempo calentando el banquillo de suplentes. Un nivel de confianza que no suele ser habitual entre la mayoría de técnicos de perfil conservador que pueblan la Premiership. Los Rory Hutchinson, George Furbank y James Grayson de la nueva hornada ya son protagonistas y se han subido a la última ola de rugby en las islas, una tendencia que ha sumado aún más adeptos si cabe desde que Japón mostró al mundo lo lejos que se puede llegar con ella.
Los Saints desarbolaron el pasado fin de semana a Leicester con ese estilo de rugby expansivo, basado en los pases en descarga y la habilidad en el manejo de la pelota que el técnico Chris Boyd ha promocionado desde que llegó de los Hurricanes en 2018
Otro de los equipos que encarnan el cambio, Bristol, tensó demasiado la cuerda contra London Irish, que se había quedado con 14, y tiró lo que debería haber sido una victoria segura en un Ashton Gate azotado el último domingo por un frío helador. Pero, a pesar del empate final, la línea de juego impulsada por Pat Lam es la que mejor resiste la comparación con los mencionados Saints.
El equipo de Lam acumula, lógicamente, menos experiencia en la élite que el de Boyd, después de años en el Championship y de que sus rivales le esquilmaran a los mejores jugadores después de cada descenso. Y también, en ocasiones, fuerza demasiado la búsqueda de esos espacios que tan frecuentemente han sido ignorados por la mayoría de equipos en la liga. Pero su actual segundo puesto en la competición supone una reivindicación sonora del impacto que tuvo su retorno a la máxima categoría el año pasado; y del progreso que ha experimentado el equipo en el tercer año con Lam al frente.
Al otro lado del empate a 27 con el que terminó el choque en Bristol estaba, como ya se ha dicho, London Irish, un conjunto que parece seguir los pasos de los Bears en su magnífico regreso de esta temporada a la Premiership. En este momento es sexto, por delante de rivales como Gloucester, Harlequins y los ya nombrados Bath, Wasps y Leicester. De hecho, derrotó a los dos últimos cuando se enfrentó con ellos.
En menor grado que Bristol y Northampton, pero también Irish está mostrando una voluntad clara de jugar buen rugby y explotar los espacios, como ha podido comprobar cualquiera que los haya seguido esta temporada. Y también, como en el caso de los Saints, ha sido evidente su intención de darles minutos de juego a jóvenes prometedores como Ben Loader y Tom Parton, lo que reafirma la reunión de talento que hierve en su cocina.
La gran fortaleza de London Irish, otro de los equipos más llamativos en su regreso a la Premiership, es su defensa de cobertura, el modo en que niega los espacios al portador de la pelota en las rupturas e impide que le dé continuidad: un estilo que los All Blacks y el Japón de Jamie Joseph han practicado con éxito
De todos modos, y para ser justos, lo más llamativo y la característica que mejor ha definido a London Irish hasta ahora ha sido su defensa. El encuentro del pasado domingo fue el primero en el que pudimos ver en directo a esta versión Declan Kidney de los Exiles, y su segunda cortina defensiva fue seguramente la parte más eficaz de su actuación, tanto antes como después de la expulsión por tarjeta roja de Ollie Hoskins en el minuto 40.
A pesar de que los Irish no pudieron evitar que Charles Piutau o Harry Thacker exprimieran su magia en la creación de líneas de ruptura en ataque, la segunda línea de cobertura del equipo londinense funcionó de manera excepcional. Esta habilidad para cerrar espacios al portador de la pelota cuando ya se ha metido dentro de la defensa, y el modo de evitar que le dé continuidad a la pelota con algún apoyo, es un aspecto del rugby moderno tan importante como la incesante búsqueda de pases en descarga que exhiben los Saints. Una defensa frente al juego de ruptura que los All Blacks, y desde luego el equipo japonés de Jamie Joseph, practican a la perfección.
Tanto así que, si a Bristol no se le hubieran caído un par de pases en las jugadas que llevaron a dos de sus ensayos de la segunda parte, cuando Irish ya estaban con un jugador menos, los hombres de Kidney habrían tenido perfectamente cubiertas todas las opciones de ataque intentadas por Bristol. Si no lo lograron fue porque esos errores en el manejo alteraron el desarrollo natural de los ataques y llevaron al conjunto de Pat Lam a explotar rutas alternativas que ni ellos mismos esperaban.
Respecto a Harlequins y Gloucester, dirigidos por Paul Gustard y Johan Ackermann respectivamente, ambos se han redimido de sus problemas de rendimiento aferrándose (otra vez, en el caso de Harlequins) a formatos de ataque inspirados en el Super Rugby. Uno de los aspectos más llamativos en los Cherry and white fue el modo en que Ackermann desarrolló, a su llegada a Gloucester en 2017, las destrezas de sus primeras y segundas líneas; por su lado, Harlequins suele estar tanto más cerca del éxito cuanta más libertad le concede al rugby creativo de Marcus Smith y a la habilidad de Alex Dombrandt para el offload y para rebasar contactos.
Se solía decir del fiyiano Leone Nakarawa, cuando aún jugaba en Racing 92, que su facilidad para llevar la pelota en una mano y pasar en descarga desafiaba incluso a la ley de la gravedad… Y que era espectacular pero, también, un dolor de cabeza para su entrenador, porque el resto de jugadores no podían evitar querer unirse a la fiesta. El problema de Racing 92, en realidad, era que muchos de los miembros que conforman su plantilla no tenían la capacidad necesaria para ejecutar ese tipo de jugadas. Cuando Marcus Smith y Dombrandt están a su mejor nivel, a Harlequins le sucede algo parecido. Solo que, a menudo, con mayor éxito.
Los gigantes como Bath, Leicester y Wasps tienen este año un aspecto preocupante de candidatos al descenso: a pesar de que siguen contando con magníficos jugadores, estrellas del sur e internacionales, su estilo de juego parece muy alejado de las tendencias actuales en el rugby
Y, mientras tanto, los gigantes como Bath, Leicester y Wasps tienen este año un peligroso aspecto de carne de cañón en la lucha por evitar el descenso. Algo muy llamativo considerando que, entre los tres clubes, reúnen nada menos que 22 trofeos de Premiership/Courage Leagues. Y aunque en sus filas se exhiben un buen número de estrellas llegadas del hemisferio sur y muchos miembros de la clase alta del rugby internacional, sus estilos de juego y filosofía -al menos hasta ahora- están más cerca de la vieja escuela que de las nuevas tendencias.
Salvo que uno disfrute de la gigantesca y tiránica potencia de Exeter para ganar la línea de ventaja aun cuando su juego de ataque no acaba de funcionar; o de la profundidad de la plantilla de Saracens para seguir dominando a sus rivales incluso en los días en que le faltan sus internacionales… no parece que haya ninguna excusa para apartarse de la línea de juego que, hoy por hoy, manda en el rugby. El rugby inglés de clubes, tan tradicional a lo largo de su historia, parece haber girado definitivamente en esa dirección.