Los excesos habituales de los All Blacks obligan a tomar con cautela todas las consideraciones: victorias absolutas, sostenidas en actuaciones absolutas, animan al más templado a las afirmaciones más absolutas. Que si nunca vimos nada igual, que si el mejor equipo de la historia, etc. Conviene subrayar una vez más que (casi) todas las construcciones que los All Blacks elevan en los territorios de lo asombroso son, en realidad, revisiones de maravillas que ya frecuentaron en alguna época anterior. Sirva solo como ejemplo este inocuo detalle: a los Springboks les metieron 57 puntos dos años consecutivos en el Rugby Championship. Este último año en territorio kiwi; el pasado en casa Bokke. La verdad, no podemos estar seguros de cuanto rebaja un detalle o aumenta el otro el indudable escarnio de ambas ocasiones.

Eso sí… lo que tal vez no hayamos visto antes es una constancia tan pertinaz en la excelencia como la que exhibe en estos últimos años el equipo de Steve Hansen. Y, sobre todo, la reunión inquebrantable del virtuosismo formal y el rigor competitivo: desde que se sacaron la pelota de la garganta ganando por fin la Copa del Mundo de 2011 («don’t choke!!!», gritaban los estadios), el equipo de Steve Hansen ha acumulado sólo estas derrotas: Inglaterra (noviembre 2012), Sudáfrica (octubre 2014), Australia (agosto 2015), Irlanda (noviembre 2016) y British&Irish Lions (julio 2017). Más tres empates: Australia (octubre 2012 y agosto 2014) y los BIL (julio 2017). El último partido que perdieron en una Copa del mundo fue aquel de 2007 contra Francia. Para la perspectiva: juegan 12 test matches en año de RWC (así fue en 2011 y 2015) y 14 en los intermedios.

El pasado verano, alguien en Sudáfrica reflexionaba si estos All Blacks no serán el mejor equipo de la historia del deporte. No del rugby, de cualquier deporte. Bueno, es algo que algunos nos y hemos preguntado ya en varias ocasiones y hasta buscado referencias al respecto: grandes dinastías deportivas. Pero eso es otro tema. Ahí no estamos solos. Tal vez sí lo estemos en esto: no sé si alguien ha empezado a plantearse ya la posibilidad, a la vista de los hechos, de que Barrett vaya camino de ser el mejor número 10 del rugby de todos los tiempos, pero a nosotros nos resuena la pregunta en la cabeza desde hace ya meses. ¿Será Beauden Barret el mejor apertura que vimos jamás?

Antes de seguir leyendo, e incluso de opinar, que alguien llame a Bernardo Guy, de la Santa Inquisición… para que levante acta y proceda a sentenciar los suplicios que procedan.

Lo primero que sabe cualquiera que haga una pregunta así es que, antes de responder, le van a rebatir con otras preguntas: ¿Mejor que Grant Fox?  ¿Mejor que Carlos Spencer? ¿Mejor que Mehrtens? ¿Mejor que el mejor Dan Carter? Y no faltará quien afirme: el bueno de verdad era Frano Botica. Y eso sin salirnos de Nueva Zelanda… Otros querrán abrir el foco más allá de la época profesional: entonces habremos de vérnoslas con Jonathan Davies (el original), Barry John, Michael Lynagh y esos héroes de culto que fueron Hugo Porta, Naas BothaMark Ella. Aquí creemos que no se deben comparar épocas divididas por la gran fractura de 1995. Y después, solo quedaría un contendiente: el gran Jonny Wilkinson.

A ninguno de ellos les faltarán razones para derribar la candidatura de Barrett aquí expuesta. Pero se trata de jugar a la iconoclastia medianamente razonada, para inflamar el debate. Como escribió el viejo Borges al describir aquel sueño asambleario que tituló Ragnarök: en las próximas líneas vamos a desenfundar los revólveres y, alegremente, daremos muerte a los dioses.

Le pregunté a un entrenador, y sin embargo amigo, si había visto alguna vez a un apertura hacer lo que hace Beauden Barrett. De esa forma. A esa velocidad. Con tanta imaginación. Con esa precisión. En realidad, la cuestión no es si alguna vez se lo habíamos visto a hacer a alguien, luego veremos por qué. La cuestión es la frecuencia con que lo hace. Es una frecuencia, digamos, loca. Demencial. Es una frecuencia que no es frecuencia sino inhumana rutina. Barrett juega a esos niveles de desequilibrio no algunas veces, no: TODOS LOS DÍAS. Y si alguien cree que todos los días es una exageración en mayúsculas, empiece a ver partidos de los Hurricanes de hoy para atrás… Y luego hablamos. De hecho, en Nueva Zelanda insisten en que este año no está al nivel de la temporada pasada. O sea, deduzca usted el nivel del pajarito entonces…

Todo esto se lo pudimos haber dicho al mismo Dan Carter a la carita, aquella tarde de principios de marzo en París, cuando lo entrevistamos para el primer número de Revista H. El caso es que, en esos días, todavía no nos había crecido esta inquietud. En realidad, estaba a punto de hacerlo. Hubo un momento mediada la primavera en que los Crusaders andaban jugando un rugby que constituía un demoledor tratado sobre el equilibrio táctico y las transiciones ataque/defensa y defensa/ataque. Todas las transformaciones individuales y colectivas (reposicionamiento, ocupación de espacios, apoyo, interpretación, anticipación y relectura de las situaciones de juego) ocurrían con pasmosa inmediatez. Con total naturalidad.

A esa altura -y pese a las exhibiciones ofensivas ya hechas costumbre por Hurricanes y LionsScott Robertson parecía haber dado con la piedra filosofal de la reconquista del Super Rugby. Entonces ocurrieron dos cosas: por un lado que la ventana internacional de junio, vaya usted a saber por qué misterio, hizo de palo en la rueda evolutiva de los Crusaders, que en los playoffs ya no pudieron retomar el discurso ganador que habían traído durante la temporada regular; por el otro, que en Hurricanes Beauden Barrett empezó a ser el Beauden Barrett que vemos hoy. El jugador superlativo ya estaba, claro. Pero sucedió ese momento iniciático en que su rendimiento se disparó de manera desproporcionada. Empezó a desatar una furia creativa a velocidad supersónica -como si a esos Hurricanes les hicieran falta aceleradores adicionales- y sus exhibiciones se hicieron irrefrenables.

Ahí fue cuando un día, en tertulia privada, dijimos: «Barrett va a dejar a Carter y todos los demás en un (maravilloso) recuerdo». Sí. Ya sé que ahora una frase así la suscribirá mucha gente porque es ya una evidencia absoluta que el tipo va camino del panteón de los first five-eights… pero entonces a la afirmación absoluta le siguió el comentario previsto: «Hombre, es bueno, pero… ¿mejor que Carter?». Más o menos un sinónimo de la exclamación de Justin MarshallGrant Nisbett este sábado cuando lo vieron resolver el dos contra dos con Nehe Milner-Skudder con un fascinante rapto de talento: «Goodness me… you gotta be kidding!!!!».

Bueno, aquí entran ya las consideraciones personales. Gustos, jerarquía de preferencias y valores a la hora de considerar el juego global de un apertura, simpatías, perspectiva de tiempo, títulos individuales o colectivos acumulados por los demás. Bien. No se trata de convencer a nadie, pero yo solo digo esto: lo que hace Barrett no se lo he visto a hacer a otro jugador… tan seguido.

Es verdad que Carlos Spencer fue un tipo especial, en todos los sentidos del término. En Spencer uno encuentra ese flirteo permanente con la demencia y la genialidad que arrastran los creadores de verdad. Tenía aceleración, creatividad enloquecida, el punto de arrojo maorí… Pateador no siempre fiable, más bien racheado como un viento. En general fue más temperamental que inteligente, aunque sus soluciones en el campo desafían cualquier tratado. Uno lo puede clasificar en una especie muy reconocible, el maverick, categoría en la que aparecen gente como un Quade Cooper, un Kurtley Beale, un Michalak, un Cipriani. Por decir alguno. Spencer era infinitamente mejor que todos los de esa lista… pero admitámoslo: el tornillo que le faltaba al Rey Carlos encajaría también en cualquiera de esas otras cabezas.

Mucho más cerebral fue el único 10 que nos asombró tanto como Barrett: el soberbio Andrew Mehrtens. Uno tiene una memoria muy precisa de las sensaciones maravilladas que nos producía ver jugar a Mehrtens. Hay jugadores a los que admiras porque son pluscuamperfectos (Carter). Hay otros que te emocionan. No se sabe cuál es la sustancia que explica esa diferencia, pero en Mehrtens estaba todo lo académico y más: la flecha que rasgaba las líneas, el prestidigitador que hacía juegos de manos en el lanzamiento de las acciones; el pateador serial a palos y -sobre todo- el pateo dinámico y el ataque a través del kick-pass, que es también una de las marcas distintivas de Beauden y parece directamente inspirada en muchas de las cosas que hacía Mehrtens.

No soy el único, lo he comprobado, que piensa que el espejo contra el que estamos juzgando la grandeza (actual o potencial… o las dos) de Barrett no es en realidad Carter: es Mehrtens. Propiedad transitiva: ¿Era Mehrtens mejor que Carter?

De Carter siempre se nombra su legendario partido contra los British&Irish Lions en 2005 como uno de los pináculos de su carrera. Uno lo vio en 2012 en Edimburgo contra Escocia y jugó un encuentro hermosísimo, repleto de detalles que lo subrayaron por encima de los demás. Es difícil derribar al querido Daniel del pedestal: tácticamente inmaculado, pie de metrónomo, elegancia esencial, inteligente en la dirección…

No faltaron voces que lo quisieron jubilar en el tránsito entre la RWC de 2011 y la de 2015. Y un argumento no del todo incierto: su propensión a las lesiones. Pero la carrera global de Carter es, hoy por hoy, inabordable. Tres veces Jugador Mundial del Año, si es que la nominación tiene algún valor. Un total de 1.598 puntos con los All Blacks. 112 partidos… de los cuales 106 los jugó como titular, lo que da idea de su extraordinaria vigencia en un entorno de salvaje regeneración constante (*).

Hoy, Carter está en el epílogo de su vida como jugador y Barrett tiene 25 años. Es decir, comparamos realidades y franjas temporales distintas, lo que invalida la adecuada perspectiva. Pero esta asunción no impide ni niega esto: Carter jamás nos generó la fascinación constante a la que nos está sometiendo Barrett. Eso que sí hacía Mehrtens, del que lo peor que se puede decir es que su carrera no duró lo que debía.

Ahora miremos a Beauden. Si exceptuamos la precisión del pateo, que es su (relativo) talón de Aquiles, no vemos cómo considerar al actual 10 neozelandés menos dotado táctica o técnicamente que Carter; o menos inteligente; o menos variado en sus soluciones con la mano o, desde luego, el pie; o menos atinado en las decisiones; o menos preciso en sus ejecuciones. Sinceramente: en los tiempos del gran Hugo Porta uno entendería la refutación de un apertura por su pateo pero… ¿cuánto puede pesar ese argumento en el rugby de hoy, después de tanta evolución? Esto, además, ya lo previó la familia Barrett: se diría que para eso nació su hermano Jordie, que le pega a palos (aún) mejor.

Anotemos otro matiz. Beauden Barrett sólo lleva 418 puntos en 53 partidos con los All Blacks. O sea, va a ser difícil que -aun en una proyección ideal- llegue a superar la inagotable anotación de Carter. Pero examinemos esos números para detectar dónde reside la diferencia entre ambos. Carter pasó 281 golpes de castigo (frente a los 37 actuales de BB), y 293 conversiones (contra 96 del otro). Ahí hay un granero gigantesco de puntos. Pero es la cifra de ensayos anotados la que quizás explique por qué Beauden nos parece algo diferente y tiene el impacto que tiene en nuestro imaginario: en sus 112 partidos como All Black, Carter firmó 29 ensayos. En menos de la mitad de encuentros jugados, Barrett suma ya 23. Algo asombroso.

Hay un detalle en ambos: su condición de jugadores híbridos. Hemos visto a Carter arrancar su carrera como 12 y vemos con cierta frecuencia a Beauden asumir el 15 (donde por cierto lo vimos relevar a Dagg, en una de sus primeras caps, en aquel partido referido en Murrayfield). Pero la de zaguero adelantado es solo una de las varias máscaras que Barrett lleva superpuestas: como me subrayaban el otro día, BB es un 12 que juega de 10.  Curioso, porque la figura que parece en boga es la opuesta: jugar con primeros centros que tengan la variedad de juego (sobre todo con el pie) de un segundo apertura.

En efecto, Barrett ataca la línea él mismo en numerosas ocasiones, por su explosiva velocidad y su percepción sideral de los espacios. Para ser un 10, le gusta jugar muy plano. De hecho, Steve Hansen le pide a veces que no se exponga tanto y se retrase algo, con el fin de no hacerse tan vulnerable a la subida de la presión. Pero con ese paso adelante, Barret está más cerca de la defensa y acomete los espacios con su despiadada aceleración. Tiene otra condición muy de centro: el seguimiento de las rupturas en apoyo. Es muy frecuente que acabe jugadas en las que el desequilibrio lo ha generado un compañero. Con todo eso, ¿alguien ha visto a un 10 rasgar defensas de esa forma en que lo hace Barrett? ¿Meterse a jugar detrás con tan insultante facilidad? ¿Usar el pie en ataque de una forma tan letal en la explotación y creación de los espacios? Y todo esto sin menoscabo del reparto de juego. Que esa es otra.

Sirva como epílogo esta anécdota. Viendo el Racing 92 v Oyonnax del Top14 francés este pasado fin de semana, Carter se enfrentaba a Ben Botica, el hijo de Frano, trasladado a Francia después de hacerle de deputy en Harlequins Nick Evans, otro de esos dieces excelentes ensombrecidos por el exilio. Mirando el partido de Ben en el Yves-du-Manoir, el comentarista recordaba el genio creativo de su padre: una virtud que lo ha dejado en la memoria colectiva, pero que en realidad no le sirvió para desbancar de la titularidad de los All Blacks a un apertura mucho más prosaico como Grant Fox: dueño de un pie prodigioso, campeón y profuso anotador en 1987.

Pensamos en Aaron Cruden (50 tests, 26 como titular, 322 puntos… cinco ensayos). Emigrado ya a Montpellier para escapar de ese pliegue irresoluble en el que quedó atrapada su carrera, entre el crepúsculo del intocable Carter y la insurgencia de Barrett. «Dan Carter es una mezcla entre Frano Botica y Fox», sentenció el narrador inglés, como para caracterizar el estadio superior del actual ouvreur de Racing 92 con respecto a aquellos dos aperturas de los ochenta.

Según ese razonamiento, a lo mejor resulta que Barrett es una mezcla, o el precipitado perfecto, de Mehrtens, Spencer y Carter. Con una brizna de Botica. Rebasado Grant Fox y mejorados los intermedios hoy (casi) olvidados. La culminación de todos los ingenios en el puesto. O sea, el Verbo neozelandés hecho carne.

Penitentiam agite!!!

[*] Datos de espnscrum.com.