
Las dos primeras rondas de la Champions Cup han estado repletas de emoción… y también de controversias. Nos fijaremos en la primera jornada de estos fines de semana consecutivos. Lo más notable de esa serie inicial de partidos fue la igualdad en los marcadores: partidos que se decidieron por muy pocos puntos o que, incluso, acabaron empatados.
Fue lo que ocurrió entre Exeter y Munster. Por otro lado, Racing 92 se impuso a los Scarlets por solo un punto y Bath -con las jugadas decisivas protagonizadas por Freddie Burns que ya todo el mundo conoce- fue derrotado por la mínima por Toulouse. Además, aún hubo otro encuentro en el que a los equipos los separó en el marcador final menos de un ensayo transformado: el que Montpellier le ganó a Edinburgh por 21-15.
En el rugby están ocurriendo, en lo que respecta a los arbitrajes, un par de cosas que no se dan en ningún otro deporte. Por un lado, cada vez es mayor el número de infracciones que no son sancionadas por dos motivos: o porque el árbitro no advierte la infracción o porque la considera inmaterial (más tarde nos detendremos en esto); segundo efecto, consecuencia del primero, es que los árbitros tienen un impacto cada vez mayor en el resultado de los partidos.
Volvamos a los tres partidos resueltos con diferencias mínimas: cada vez son más los encuentros que se deciden por menos de los tres puntos que supone un golpe de castigo; y, al mismo tiempo, cada vez se cometen más violaciones del reglamento. Dadas esas consideraciones, no es exagerado decir que son los árbitros quienes, al final, están decidiendo quién gana o pierde. O, al menos, tienen una enorme influencia en el resultado de partidos tan ajustados.
En el rugby de hoy, los árbitros de élite viven entre la espada y la pared: se les pide que garanticen el juego fluido mientras se hace cada ve más difícil gestionar la tendencia creciente a infringir las normas o incluso hacer trampas
Decir esto no significa criticar a los árbitros.
Es importante dejar claro que esa no es la intención de este análisis. Los árbitros de élite en el rugby mundial viven desde hace tiempo entre la espada y la pared. Se les pide que garanticen el juego fluido y entretenido para los espectadores, pero que al mismo tiempo gestionen la gran cantidad de infracciones que, en todos los aspectos del juego, cometen hoy día los jugadores. Y que decidan cuáles de todas esas ofensas merecen ser penalizadas y cuáles no.
En el rugby profesional de hoy, el incumplimiento de las normas o incluso las trampas se han convertido en la norma. Es una tendencia ya muy extendida. Hay ejemplos casi a diario: vemos con gran frecuencia líneas defensivas que suben a la presión como una sólida unidad… pero todos en fuera de juego; vemos a defensores que cometen obstrucciones deliberadas para impedir a los atacantes perseguir patadas altas con éxito; vemos una vez sí y otra también a defensores que, en el suelo, sujetan e impiden a sus rivales volver a ponerse en pie para seguir jugando… La lista sería interminable.
En ese contexto, los árbitros se enfrentan a una misión imposible: un asunto que ya hemos analizado en el blog The Blitz Defence, en un artículo en el que nos fijábamos en las múltiples infracciones al reglamento que se sucedían en un mero pasaje de juego durante un test match.
Si retomamos este asunto de la influencia de los árbitros en el resultado de los partidos, deberemos distinguir entre dos tipos de situaciones: las que llamaremos incidentes importantes, y las que podemos considerar incidentes normales de partido.
Los grandes incidentes
Este tipo de situaciones son las que acostumbran a provocar las grandes discusiones y debates posteriores a los partidos. En el primer fin de semana de la Champions Cup vimos algunos ejemplos de incidentes importantes.
Por ejemplo… la acción en la que Andrew Conway, de Munster, se deja ir para cargar contra el pateador de Exeter, Gareth Steenson, después de que éste haya llevado a cabo la conversión de un ensayo de su equipo.
Conway going full tilt at Steenson…
Don’t see that much pic.twitter.com/k4cVieIEok
— Pat McCarry (@patmccarry) 13 de octubre de 2018
Si miramos a los comentarios que provocó con el tuit de arriba, veremos la cantidad de reacciones distintas que genera una acción como ésta en el rugby actual: desde los que piden que siga el juego sin más, a los que opinan que la acción merecía una tarjeta roja. Y todas las posibilidades intermedias.
Otro ejemplo. En el choque entre Scarlets y Racing 92, los franceses protagonizaron un avance ofensivo a partir de un maul a pocos minutos del final. El agrupamiento acabó por derrumbarse y el árbitro, de inmediato, señaló golpe de castigo y mostró tarjeta amarilla a Gareth Davies. A consecuencia de esa decisión, Racing 92 anotó los puntos que le dieron el partido.
El TMO permite ahora a los colegiados contar con asistencia tecnológica a la hora de tomar este tipo de decisiones… pero no siempre se usa. E incluso aun cuando el colegiado recurra al arbitraje de vídeo, hemos visto en numerosas ocasiones que eso no asegura que se tome la decisión correcta. Pero, al menos, hay un protocolo establecido con el fin de mejorar la capacidad de decisión y la consistencia de esas decisiones.
No siempre vamos a estar de acuerdo con la resolución del árbitro en una jugada de este tipo: solo hace falta ver las reacciones y pareceres tan distintos que genera una acción como la de Conway. Pero la idea es que los procesos auxilien al árbitro y le faciliten el trabajo.
Sin embargo, y a pesar de estas grandes polémicas, las infracciones más perjudiciales y las que más impacto tienen en los partidos son seguramente esas que consideramos menores: las pequeñas violaciones del reglamento, que están afectando ya a todas las facetas del juego.
Los pequeños incidentes
¿A qué nos referimos cuando hablamos de pequeños incidentes? Sencillo… a los cientos de violaciones del reglamento que se producen de forma constante en los rucks, en las melés, en las touches, las patadas a seguir, los mauls, etc. Infracciones que perjudican seriamente al rugby.
Este tipo de incidentes los podríamos clasificar en tres categorías:
1) Los que pasan desapercibidos: la infracción no es advertida por el equipo de colegiados y, por consiguiente, queda sin sanción.
2) Las que sí se ven pero son consideradas inmateriales: es decir, aquéllas en las que el árbitro advierte la infracción pero decide que esa infracción no tiene en realidad un efecto material sobre el desarrollo del juego… y por lo tanto no la penaliza. En ocasiones, como ya analizamos en su momento en H, el colegiado incluso instruye al jugador sobre lo que está haciendo mal y le pide que deje de cometer esa infracción. Pero no la pita.
3) Las que son advertidas y sancionadas: el árbitro señala la falta, lo que permite ganar metros a través de una patada o convertir el golpe de castigo en puntos a través de la ejecución a palos.
Los árbitros dejan de sancionar muchas acciones antirreglamentarias por considerar que no afectan al desarrollo del juego: así, los partidos quedan sometidos de forma peligrosa al criterio del colegiado sobre qué se debe castigar y qué no
Este problema ha crecido en el rugby exclusivamente por un motivo: porque a los árbitros se les exige que faciliten el juego fluido… de manera que la gran mayoría de las ofensas al reglamento acaban cayendo en el segundo criterio: el árbitro las ve, pero considera que no influyen en el desarrollo del juego y, por tanto, las ignora.
Este comportamiento -pasar por alto la mayoría de las infracciones que se producen en el campo- logra en efecto que el rugby se haga más fluido. Pero esto tiene un reverso muy notable: que los partidos quedan sometidos al albur de que los árbitros decidan qué infracciones deben ser penalizadas y cuáles no.
El año pasado Steve Diamond, el entrenador de Sale, se metió en problemas cuando después de un partido criticó la actuación arbitral. El colegiado había sancionado a su equipo en los últimos minutos del choque, aduciendo que los jugadores de los Sharks habían ido al suelo en un ruck. Contrariado, Diamond se quejó: “Si eso era golpe, entonces ha habido no menos de 40 o 50 rucks en los que también debería haberse pitado golpe”.
Puede que la forma de elevar la protesta no fuera la más adecuada pero, en el fondo, Diamond tenía razón porque su juicio era acertado: una infracción que durante el partido había sido juzgada inmaterial, sin embargo sí había sido sancionada, y de manera decisiva, en el tramo final del choque. A consecuencia de esa variación en el criterio, el resultado se vio directamente afectado.
En los partidos de la primera jornada de la Champions vimos a François Louw, jugador de Bath, apoyar los brazos en el suelo para bloquear la salida del balón y forzar el robo en el ruck. Debería haber sido golpe a favor de Toulouse pero, sin embargo, el árbitro pitó al revés y los franceses fueron sancionados por retenido.
La acción de Louw era punible: no está permitido tapar la salida de la pelota. No se pitó y esos tres puntos podrían haber sido decisivos a la hora de decidir quién ganaba. En esta ocasión no ocurrió -ya sabemos lo que pasó con Freddie Burns-, pero sucede con frecuencia.
A strange passage of play.
Louw spiders over the ball in 2 hands and attacks it on the way up. Completely illegal but he wins the penalty.#BATvTOU pic.twitter.com/MFfgNbWGTC
— rugby (@theblitzdefence) 13 de octubre de 2018
Las controversias están a la orden del día y a veces de forma muy sonora: el propietario de Bath ha amenazado hace unos días con ir a los tribunales por la gestión de los últimos minutos que hizo el colegiado de su partido con Toulouse. Y por pitar el final antes de que Bath pudiera jugar un último lateral.
En el reciente Rugby Championship, en el encuentro entre Sudáfrica y Nueva Zelanda se cometieron tal cantidad de infracciones en rucks y en los placajes que llegó a ser delirante. Algunos ejemplos ya los analizamos en este artículo reciente.
Así que es momento de plantearse en serio: ¿Cómo afectan estas decisiones en partidos con marcadores tan apretados? ¿Qué impacto tiene el criterio que aplica un árbitro?
El concepto de inmaterialidad de una infracción se ha extendido ya a demasiadas formas de violación del reglamento, y está teniendo consecuencias muy apreciables en el rugby. Esa tendencia ha provocado que la subjetividad arbitral, el criterio del colegiado, tenga cada vez mayor peso.
El asunto es complejo de resolver pero, al mismo tiempo, muy simple: bastaría con que un jugador supiera que ir al suelo en un ruck es golpe de castigo y, sobre todo, que se pita en todas las circunstancias. Sin más. Sólo eso ya agregaría claridad y facilitaría la labor del árbitro, además de hacer el rugby y las decisiones de los colegiados más comprensibles para los jugadores, sus técnicos y, desde luego, los espectadores.
Bastaría con que los jugadores supieran que ir al suelo en un ruck es golpe… y punto. Eso aclararía las cosas y facilitaría la vida a los árbitros, los jugadores, los técnicos y los aficionados
¿Cómo se arregla todo esto?
Se hace imprescindible tomar al menos dos medidas.
Por un lado, World Rugby debería pedirles a los árbitros de élite que sancionaran las infracciones de acuerdo a la letra del reglamento. Y punto. Es decir, por poner un ejemplo: que los jugadores disputaran el ruck siempre de pie, tal y como indican las normas. Si no lo hacen, golpe. Eso le daría mayor fluidez al juego y, de paso, convertiría los puntos de encuentro en un área más segura.
Además, el límite de las infracciones inmateriales tendría que desplazarse y quedar restringido sólo a aquellas que de verdad no tienen impacto en el juego. Todo lo que ocurra a pocos metros del balón siempre será material: es decir, que tendrá una influencia tangible en el desarrollo del partido.
En segundo lugar, se impone una reforma completa y radical del arbitraje, de forma que haya más ojos vigilando todos los aspectos reglamentarios. Hablaremos de esto en próximas entradas, pero lo que está claro de partida es que la actual configuración de los equipos arbitrales no es suficiente para gestionar un juego que ocurre a una velocidad endiablada, con impactos constantes y de enorme potencia. Y, sobre todo, en un entorno de millones de euros, con presupuestos, sueldos e inversiones que dependen de forma directa de los resultados de los partidos.
El rugby necesita, en fin, que los partidos los decidan los jugadores, no los árbitros.
Puedes leer el blog de The Blitz Defence en este enlace.
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