
Las ediciones del Seis Naciones de 2007 y 2013 han contemplado las dos mejores actuaciones de Italia en el torneo. La insuficiencia del hito, en ambos inviernos firmó dos victorias por tres derrotas, emerge como argumento de inicio para un debate recurrente que sacude al viejo torneo, ampliado para la inclusión del combinado transalpino. ¿Qué sentido tiene su presencia entre una élite sin ascensos ni descensos y de la que sigue a una distancia similar de la que se encontraba en aquel ya lejano 2000?
La secuencia de la brecha dibuja el camino tortuoso del rugby profesional italiano en el siglo XXI. La distancia se intuía corta en la inmediata protohistoria de los azzurri, entendida tal época como el periodo inmediatamente previo a su inclusión en la competición (en aquellos noventa de victorias en Dublín y Grenoble). El escalón pareció agrandarse en los inicios del 6 Naciones, con las selecciones históricas acumulando cómodos triunfos en los duelos directos. La era dorada, si tal estatus fue alcanzado alguna vez, llegó durante aquel lapso feliz en el que Roma emergió como una plaza difícil de tomar: allí se impuso dos veces a Francia y sacudió a Irlanda. Desde 2015, fecha del último partido ganado en el torneo, son más habituales las palizas encajadas que los encuentros encarados con alguna posibilidad de triunfo consumida la hora de juego.
Fue 2013 el último (y segundo) buen torneo para Italia. Cerraron en casa, contra una Irlanda que se contaba despediría ese día a Brian O’Driscoll. En la primera jornada, los locales habían sorprendido ya a Francia, reeditando en el Olímpico romano el histórico triunfo cosechado dos años atrás en el estadio Flaminio.
Pasado el éxtasis por el sorpasso al hermano mayor, Italia sucumbió en los siguientes encuentros ante Escocia y Gales. En la cuarta fecha acudió a Londres y, frente a una Inglaterra entonces invicta, selló una de sus mejores segundas mitades en el casi cuarto de siglo que acumula en la gran competición del hemisferio norte: contuvieron al Quince de la Rosa en Twickenham y solo le permitieron anotar seis golpes de castigo; además, un ala visitante posó el único ensayo de la tarde. Los ingleses partieron aquella tarde sin Owen Farrell, ungido como el sucesor de Jonny Wilkinson, con Toby Flood a los mandos -autor de todos los puntos-, y sin solución contra el muro defensivo. Italia era un hueso.
Inglaterra no ensayó; la selección local avanzó menos metros con el oval que Italia y perdió el manejo de la pelota en la segunda mitad. La posesión terminó prácticamente igualada.
La ‘era dorada’, si tal estatus fue alcanzado alguna vez, llegó durante aquel lapso feliz en que Roma emergió como una plaza difícil de tomar. Desde el último triunfo en 2015 son más habituales las palizas encajadas que los encuentros encarados con alguna posibilidad de triunfo
Luciano Orquera era el cerebro de la Italia que ganó a Francia e Irlanda en un mismo torneo. También jugó de inicio en Londres y tuvo en su pie derecho las chances para esculpir su nombre en la historia del rugby europeo. El número 10 erró la transformación de la marca italiana y un golpe de castigo más. A los suyos, con quince faltas sancionadas, les volvieron a penalizar sus recurrentes problemas disciplinarios. En todo caso, Orquera dirigió con éxito, cruzó con la diestra un envío que enganchó Luke McLean para ensayar y pateó seis de los 11 puntos italianos.
Se desquitó el cordobés de origen argentino en la clausura del torneo. Sus patadas largas, casi de exterior y con un efecto pronunciado, decantaron el choque que les enfrentó con Irlanda. Buen director de juego, excelente golpeador, Orquera lanzó a una delantera con Andrea Lo Cicero, Leonardo Ghiraldini y Martín Castrogiovanni -a quien remplazó Lorenzo Cittadini cuando se venció al trébol-; fue también contemporáneo del zaguero Andrea Massi, mejor jugador del torneo en 2011, y del eterno ocho Sergio Parisse, pegamento de aquella Italia que se reconocía en el esfuerzo solidario, el poderío defensivo y en fases de ataque crecientes.
Aquellos partidos fueron la cubre de Orquera como jugador con la azzurra. «Si hago un análisis de mi carrera, la verdad es que el partido contra Francia en 2013 fue el resultado que más me marcó. Ese día me salió todo: estuve acertado con el pie, di los pases de los ensayos… fue un encuentro muy completo». Nacido en Córdoba, nieto de italiana, Orquera había llegado al país vía Francia. «Cuando aún vivía en Argentina, estando en mi primer club (Palermo Bajo) con 19 o 20 años, hubo una persona de otro club de Córdoba que me propuso ir a Sorgues, en Francia, para terminar allí la temporada. Estuve de enero a mayo y después tuve la posibilidad de seguir. Al mismo tiempo, a través de un argentino llamado Héctor de Marco, me llamaron de Italia para ir a jugar a Mirano, cerca de Padua».
En esos días, el joven apertura no pensaba en el rugby profesional. Ni desde luego en llegar a vestir la camiseta de Italia: «Fui buscando una experiencia, como una aventura. No sé si ellos, inconscientemente, proyectaron su pensamiento más allá cuando me llamaron, pero en mi cabeza no estaba entonces llegar tan lejos en el rugby profesional”. Algo que tampoco había pensado en Argentina. ¿Alguna vez lamentó retrospectivamente no haber llegado nunca a tener la oportunidad de ser un Puma? «La verdad que nunca pasó por mi cabeza. Salí muy joven de Argentina y en ese momento ya había jugadores importantísimos: Juan Martín Hernández era desde muy pronto una estrella, Contepomi… No, realmente nunca llegué a pensarlo».
«Italia ya lleva años sin ganar y es normal que países como Georgia o Sudáfrica aspiren a ocupar su sitio en el 6 Naciones: no se puede esperar 10 años más a que Italia saque resultados»
Pero Orquera tenía pasaporte italiano, encajó bien en el rugby transalpino y ahí, entre Mirano y Padua, la realidad ovalada enseguida tomó velocidad: «Estuve un año en Mirano y la cosa empezó a ir bien. Metía muchos puntos con el pie y me contactaron del Petrarca en Padua: al final jugué allí dos años y medio, casi tres». En 2005 volvió a Francia, primero en Auch y después en Brive: «En ese tiempo en Brive daba un buen nivel fue entonces cuando se me abrieron las puertas y empezaron a convocarme con Italia A».
Jugó tres veces con el segundo equipo y enseguida daría el salto. Debutó con la Nazionale absoluta en 2004, frente a Canadá, y en 2005 puso pie en el 6 Naciones. Sus 170 centímetros parecerían señalarlo en medio del implacable baile de gigantes en se estaba transformando el rugby. Pero, como tantos otros jugadores de talla modesta, las destrezas, el arrojo, la velocidad o el conocimiento del juego suplieron lo que la fisonomía no había aportado. En el caso de Orquera, los tiros parabólicos hacia la hache fueron su seña de identidad. «La verdad que ahora veo los partidos y la exigencia física, cómo placan… me hace pensar que yo no podría formar parte de eso. Pero no es tanto así. Del cambio del rugby siempre se habla… y sin embargo aún hay jugadores así: Kolbe, Darcy Graham…».
Inscrito en una tradición persistente -grandes delanteros con una melé de hierro y pateadores seriales- Orquera fue uno más de los posibles herederos que siempre se le buscó al gran referente, Diego Domínguez. Otro cordobés, por cierto: «La comparación era inevitable, porque fue un jugador inigualable –admite Orquera-. Sí, ese peso siempre estaba ahí y lo notabas, pero bueno… nunca llegamos a equipararnos con lo que había sido Diego, sólo tratamos de hacer lo mejor y rendir para nosotros mismos y para Italia».
Durante casi una década, el otro 10 de Córdoba se mantuvo en la órbita de la selección italiana, aunque de manera discontinua: «De 2006 a 2010, Pierre Berbizier fue el seleccionador y no me llamaba. Creo que estuve en una ventana en junio y poco más. Después, de 2010 hasta 2014 o 2015 sí que tuve más continuidad. Nick Mallett me empezó a convocar un año antes del Mundial de 2011 y acabé jugando la Copa del Mundo de Nueva Zelanda. Después, con Jacques Brunel tuve más presencia, hasta que dejé la selección». Para entonces había acumulado 48 internacionalidades. Disputó media docena de ediciones del 6 Naciones y la mencionada Copa del Mundo de 2011.
En ese tiempo el rugby italiano operó una progresiva transformación de sus modelos tradicionales, ayudada por un grupo de jugadores de primer orden. Orquera lo vivió desde dentro: «A Nick Mallet aún le gustaba jugar mucho más con los delanteros que con los tres cuartos. Su táctica era usar más a los ‘forwards’. Brunel sin embargo nos dio más libertad: él nos decía que podíamos retar a cualquier equipo. Nos concedía más iniciativa en el juego y nos convenció de que podíamos ganarle a cualquiera. Lógicamente eso también era posible porque en el plantel había calidad y cualidades suficientes».
Retirado en 2018, a nivel de clubes Orquera jugó sus mejores años a caballo entre el occitano CA Brive y el parmesano Zebre Rugby, siendo una pieza imprescindible de la mejor versión de Italia en la competición, cuando el salto adelante parecía confirmado. Esos días de la dolce vita se antojan ahora mismo una memoria remota, de imposible recreación. Concluida la edición de 2013 cabía plantearse un nuevo escenario para la última invitada: los de Jacques Brunel habían disuelto su desventaja secular y rascaban algún envite frente a la burguesía europea. Sin embargo, la realidad presente opaca el recuerdo feliz de aquellos días: ya son 34 los partidos consecutivos perdidos en el Seis Naciones.
«Veo a la Italia de ahora y me parece un equipo que no está maduro. El cambio de generación ha sido muy grande y harían falta jugadores que militen en clubes de grandes ligas, que estén acostumbrados a enfrentarse con los grandes jugadores de las otras selecciones y ganarles»
Orquera observa la involución del rugby italiano en el escenario internacional desde Niza, donde reside desde su retirada. A la última fase de su carrera en Zebre le siguieron un par de aventuras en categorías modestas. Entrenó en Mónaco un par de temporadas, antes de la irrupción de la pandemia. Después se instaló en la Costa Azul para clausurar sus días de jugador en el amateur Stade Niçois: «Nunca me planteé una carrera de entrenador. Quise echar una mano en Niza porque era un club que tenía cerca, pero incluso el nivel amateur o semiprofesional requiere mucha dedicación y tiempo… y en lo económico nunca iba a llegar para que fuera mi actividad principal».
El rugby como actividad ha quedado atrás y Orquera se dedica de manera plena a su negocio: una empresa de adquisición, reforma y venta de inmuebles para cuyo desarrollo detectó un escenario favorable en el soleado sureste de Francia. «Aquí es muy agradable vivir, hace buen tiempo, está el mar, Italia queda cerca, también la montaña… Con mi mujer y los chicos nos encanta escaparnos a estos sitios y disfrutar».
Lógicamente, no pierde de vista el rugby de más alto estatus. De Italia tiene un diagnóstico tan sencillo como nítido: «Veo que es un equipo que no está maduro. Le faltan cinco, seis, siete u ocho jugadores buenos, que actúen en ligas extranjeras de primer nivel, y que complementen a otros 10 o 15 que militen en clubes de Italia. Pero quizás no puede tenerlos ahora mismo. Si tomas ejemplos como la propia Italia de hace años, Argentina, Georgia o Rumanía en estos últimos años, todos han contado con jugadores en grandes equipos de cuya experiencia se aprovechaba la selección: es el modelo que permite ser competitivo».
Esa fue la estructura de la Italia durante los años 2000, lo que le permitió tutear de manera más frecuente alos grandes tótems del tier 1. «En esa época muchos de los jugadores que conformábamos la selección estábamos jugando en equipos de primer nivel de Francia e Inglaterra o habíamos pasado por esas ligas durante buena parte de nuestra carrera. Tal vez 10 o 12 en total estábamos jugando o habíamos jugado en grandes equipos. También éramos todos nacidos entre el 81 y el 84, rondábamos los 30 años: es decir, teníamos experiencia y, sobre todo, estábamos acostumbrados a enfrentarnos con nuestros clubes a los mismos jugadores a los que después nos medíamos con la selección. Y a ganarles. Eso marcaba la diferencia: en mentalidad, en confianza, en no salir al campo con temor cuando los tenías delante».
El epítome de aquel equipo siempre fue un jugador aún en activo, Sergio Parisse. El capitán, hoy jugador de Toulon, alcanzó en aquellos años una condición casi divina: «Ibas convocado con Italia y cuando regresabas, en tu club la gente no te preguntaba qué tal te había ido a ti, sino cómo era entrenar con Sergio, cómo era jugar con él, convivir esos días… Era como jugar con Messi», bromea sonriente Orquera. Su definición del capitán no se guarda nada: «Un jugador de otro mundo».
El contraste con la situación actual resulta muy marcado, según el diagnóstico del organizador cordobés: «Italia ha vivido un cambio de generación muy grande y ahora hay una camada de jugadores mucho más jóvenes. Y por desgracia el nivel no se ha mantenido. La mayoría militan en Zebre y en Treviso… y en la competición de clubes están siempre lejos de ganar o ganan pocos partidos. ¿Cómo van a salir luego al campo contra Irlanda o Francia pensando en imponerse? Es difícil adoptar esa mentalidad si no la tienes semana a semana… Todo eso influye mucho».
«El equipo M20 acaba de ganarle a Inglaterra: la esperanza sería que cinco o seis de ese grupo ficharan por grandes equipos para subir el nivel. No es fácil: los jugadores no se pueden inventar»
En los últimos años, y sobre todo tras la última derrota en Inglaterra, el debate sobre el estatus de Italia en el 6 Naciones ha arreciado. Sectores de opinión y una parte de la afición cuestionan la legitimidad de mantener a un equipo comparativamente menor. Las razones favorables a la permanencia se asientan, por encima de otras, en aspectos económicos y políticos. Los 60 millones de habitantes y la concurrencia de operadores televisivos que pueden rentabilizar una inversión alta favorecen la permanencia de la selección en el 6 Naciones. Asimismo, la ciudad de Roma es un destino de fin de semana soleado y deseado para quienes habitan los largos y oscuros inviernos británicos.
Más allá de las premisas extradeportivas, el actual nivel competitivo de Italia es notablemente más bajo que en el efímero cénit frente al equipo celta. Al equipo ahora de Kieran Crowley, antes de Conor O’Shea o Franco Smith, se le amontonan las derrotas mientras el ruido crece. La reivindicación de los europeos del segundo escalón, o de otros grandes actores del panorama mundial, le parecen a Orquera se diría que casi legítimas. Esa evolución, sin embargo, no se produce por generación espontánea ni de modo mágico. Lleva tiempo. Y Orquera admite que el calendario juega contra Italia: «»¿Qué puede hacer Italia? Los jugadores no se inventan. Cuesta años y el problema es que Italia ya lleva mucho tiempo sin ganar. Es normal que la gente se pregunte qué pasa y que otros países como Georgia o Sudáfrica quieran entrar al Seis Naciones, porque ven que Italia no da el nivel. No se puede esperar 10 años más para que saque resultados».
Las últimas versiones del equipo nacional se han desmarcado del patrón tradicional. Lejos de la potencia de la delantera de antaño y sin aquella capacidad para colapsar la estructura del rival, Italia no se reconoce en el guion pretérito ni encuentra uno nuevo. Su juego sigue sin entusiasmar y ha dejado de producir réditos, las derrotas son una constante y hay pocos motivos para la esperanza. Algún resultado positivo en las categorías inferiores y breves secuencias de resistencia frente al rival son los argumentos a los que pueden aferrarse aquellos que otearon un horizonte esplendoroso, pero han terminado regresando a su remoto punto de partida. «Ahora el equipo M20 acaba de ganarle a Inglaterra y la esperanza sería que cinco o seis de ese grupo llegaran a fichar por equipos de Inglaterra y Francia para subir el nivel. Y que hubiera una mezcla con los que juegan en los equipos italianos», resume el ex internacional italiano.
De momento, este domingo viajarán a Dublín. Lejos quedan los días en que la agresividad y la convicción italianas, más el pie quirúrgico de Orquera, produjeron días como aquel 16 de marzo de 2013, víspera sangrienta de San Patricio en el Olímpico de Roma. Respecto a un candidato para la victoria final, su apuesta es Francia. El hincha Luciano piensa en los próximos rivales de Italia y no ve grandes opciones para generar una sorpresa: «¿Tal vez frente a Gales en Roma? No sé, es difícil…». Más desiderátum que convicción. Y si acaso, un guiño colectivo al pasado con un último regreso de Parisse para despedirse ante la afición azzurra: «Aún no lo ha anunciado, pero no me cabe duda: se merece una gran despedida y estoy seguro de que Sergio va a jugar ese último partido».