El vuelo acrobático de Jonny May para su ensayo; el paso lateral y el sombrero de Rees-Zammit; y el episodio Billy Burns en el novelón sucesorio de Irlanda. Fueron las tendencias del fin de semana y las tres tienen un punto de fuga: el binomio Hartpury College RFC / Gloucester Rugby. Que son dos lados de la misma moneda: la academy de los cherry and whites de Gloucester. May y Rees-Zammit comparten escuadra ahora mismo. Billy Burns, como su hermano Freddie antes (ahora emigrado a Toyota en Japón), se formó en esa misma escuela y pisó la élite a los 17 años, en la LV Cup. Después, tras una cesión en el segundo escalón con Hartpury, salió para Ulster. Y hasta hoy. El tiempo de las cerezas nunca llega a noviembre, decía una canción. Y de tiempos trata este asunto también. Billy Burns y Rees-Zammit han sido talentos precoces (el galés fue, a los 18 años, el jugador más joven en debutar con Gloucester en la Premiership), pero hoy viven momentos divergentes. Confuso el de Burns, metido en el ojo del huracán de uno de los asuntos más sensibles del rugby irlandés: el relevo generacional de Jonny Sexton. Rees-Zammit, mientras, acaba de explotar ante los ojos de esa parte del mundo que mira al rugby a través del agujero único del 6 Naciones. Estas y otras notas adicionales nos dejó el segundo fin de semana del torneo.

  • ‘Rees lightning’

El cantante y compositor de mi banda es galés. Más de código esférico que oval, pero porta el gen nacional y mira lo del rugby siempre con indisimulado orgullo patrio. Es de los que acaba cualquier conversación sobre el juego con un argumento de martillo: «Yo vi jugar a Barry John». Nada más terminar el partido en Murrayfield, me escribe: «Zammit looks like a real star…». Como hay pocas veces en que el batería pueda imponer su criterio a un tipo con una guitarra (menos aún si es el vocalista y se inventa las canciones), aprovecho para quejarme contra esa extendida costumbre de pensar que los jugadores sólo aparecen cuando llegan al 6 Naciones. «Rees-Zammit es una estrella en potencia desde que irrumpió en el primer equipo de Gloucester con sólo 18 años: llevo dos años largos esperando que alguien se decidiera a ponerle una camiseta de titular en Gales». Como en aquellos días solíamos mirar a menudo al equipo de Johan Ackermann, vimos a Rees-Zammit convertirse en el jugador más joven (aún sin contrato profesional) en debutar con la escuadra mayor de los cherry and white y ponerse a terminar ensayos con cómoda frecuencia: un par un día, otros tres poco más tarde… Nacido en Gales, su abuelo paterno había emigrado al norte desde Malta. Su 1.91 es más sutil que contundente, y lo adereza con una gloriosa aceleración de velocista (está medido entre los jugadores de rugby más veloces en cien metros en la actualidad). Esos pies tan delicados en el paso lateral llaman la atención desde el primer momento, y por eso hacía ya tiempo que Rees-Zammit era un balón de playa en la pantalla del radar. Lo único que se nos ocurre decir ante tanta admiración sobrevenida (lo comparan con el bailarín Shane) es esto: por fin. Pero con la advertencia añadida de Alun Wyn Jones: no pongamos sobre su figura una presión desmedida. Aún tiene que andar mucho camino… y equivocarse más.

Louis Rees-Zammit se erigió con dos ensayos en la emergente estrella de Gales (Foto: ©INPHO/Tommy Dickson).

  • El señor Burns

Irlanda ha puesto estos días de medio de apertura a un inglés. ¿Puede funcionar algo así? Bromas aparte… la idea no podía salirle bien ni siquiera a Andy Farrell, otro inglés que, como su hijo, camina por el mundo con cara de ser quien decide cuándo empieza la primavera. El asunto de la sucesión de Jonny Sexton siempre ha sido delicado, pero esta resolución de Farrell al elegir a Billy Burns aún ha subrayado más hasta qué punto el testigo anda huérfano. Que Irlanda no tiene otro Sexton para cuando falta Sexton, parece claro. De hecho, hace tiempo que Irlanda eligió meter la cabeza en un agujero y relevar al mejor Sexton de antaño por la actual versión atardecida de Sexton. Puede que ese copycat siga siendo mejor que lo que aguarda alrededor, en parte tal vez porque nadie se ha decidido a bacer progresar a los candidatos dándoles minutos relevantes de juego, pero la cosa cada vez funciona menos. Y Sexton sigue llevándose sartenazos en la cabeza y perdiéndose partidos. En la segunda mitad contra Gales y de inicio ante Francia, Farrell eligió para el papel a Billy Burns: un chico nacido en Bath, formado en Gloucester, internacional en las categorías inferiores con Inglaterra… pero que eligió la vía norirlandesa y se ha asentado como apertura adulto en Ulster. Su abuelo, de forma decisiva en toda esta trama, nació en Cork. En realidad, no es seguro que Farrell haya optado por Burns. Más parece haberse empeñado en Burns. Cuando el apertura -que midió mucho los riesgos toda la tarde después de su pifia en el final del partido en Cardiff- no regresó de un HIA, apareció el otro candidato: Ross Byrne. Una de las tareas más delicadas y reveladoras de la estatura de un entrenador es su capacidad para ejecutar relevos generacionales a tiempo. La secuencia con Sexton y Burns linda muy próxima con algunos de los peores vicios en que puede incurrir cualquier gestor de equipos: la testarudez. En la segunda parte jugó Byrne, que pareció mucho menos acuciado por el temor a un fallo y liberó algo el juego de una Irlanda en estado de necesidad creativa. Ni aun así le alcanzó frente a una Francia, digamos… muy francesa. Ya veremos qué destino le aguarda a Burns después de todo esto. Lo más probable será lo de siempre: que Irlanda exponga la cabeza de Sexton… a cambio de ocultar la propia.

Ollivon, felicitado por Haouas tras su ensayo en Dublín (©INPHO/Billy).

  • A cabezazo limpio

Tal vez el señor Burns no sea sino un anhelo farrelliano: la imposible encarnación de la nueva filosofía irlandesa post Joe Schmidt. Un jugador de ideas ligeras, y ejecuciones a menudo etéreas, para un equipo que quiere quitarse la armadura y jugar en mallas. El relato que hemos podido entresacar entre las fuentes originales sería éste. Schmidt logró llevar a Irlanda a sus cotas más altas con un acerado mecanismo de juego basado en el ritmo industrial, la patada milimétrica y la presión agobiante; pero la (relativa) gloria de esos años tenía un precio: al equipo le explotó la cabeza en el Mundial 2019, entre la elevación de las expectativas, la fatiga de materiales y un punto de forma en asincronía con las necesidades competitivas. Amortizado de un plumazo por la IRFU el tiempo de Schmidt, su ayudante tomó el cargo y ha querido reconstruir el espíritu del equipo sin perder ese cierto punto de ferocidad de su rugby, pero con más libertad, más espacio para las elecciones individuales de los jugadores en el campo. Sobre el papel, todo encomiable. Pero mirando al verde se diría que sólo dos o tres jugadores operan con cierta naturalidad en esa idea: los centros Henshaw y Ringrose… y el ala James Lowe. Tal vez también lo harían gente como Stockdale, Carbery y Larmour, que anda ahora de regreso tras un largo hiato de lesión. Pero lo que vemos es lo que hay. El resto sigue la línea del cabezazo repetido contra el muro y esa forma de rugby que ejemplificó CJ Stander contra Gales, que pareció subrayar el (equivocado) camino: acelerar mucho y chocar muy fuerte, como si jugar al rugby consistiera en destrozar el ‘Smash-o-meter’ de ‘Rugby Tonight’. ¿Para qué? Bueno, para que la gente se admire de lo fuerte que chocamos. ¿Y qué hay de jugar al rugby, los intervalos, evadir, pasar, las descargas… esas cosas? Eeeeeh… bueno, sí. No sé: dásela a Henshaw. Todo esto nos lleva a resumir la diferencia entre Irlanda y Francia (y también Escocia, ya que estamos) con una frase que solíamos usar a modo de broma en el vestuario: Francia ataca el intervalo entre los hombres; Irlanda prefiere atacar al hombre entre los intervalos. Pese al empeño de ambos este domingo por jugar un partido mediocre, repleto de malas decisiones, a Irlanda la acabó de explicar su modo de afrontar el último ataque, que con 13-15 le daba una oportunidad de redención. No se le ocurrió nada. Chocar, chocar y chocar… hasta perderla. Cuando vimos un rato antes a Healy marcharse del campo con la testa ensangrentada, pensamos que su imagen venía a sintetizar el rugby de todo el equipo.

  • Galthié mastica sus gafas

Monsieur Dupont ya es de lejos un favorito internacional. Pasados los días del hype Ntamack, ahora vivimos tiempos de hype Dupont. No sin buenas razones, claro. Pero. En la escalada habitual de afirmaciones absolutas que se produce siempre que un jugador destaca un rato, ahora ya se le declara el mejor jugador del mundo. Sólo faltó que Aaron Smith -el mejor medio de melé de larguísimo que hemos visto en la última década- le reconociera públicamente su excepcional estado de forma y capacidades. Pero Dupont no es infalible, claro. En Dublín tuvo uno de esos finales de partido de mental meltdown que pueden llevar a un entrenador a cometer locuras. Antes, como un augurio, Jalibert le había pegado al palo el golpe de castigo que iba a poner a resguardo la victoria francesa en Dublín. Galthié se levantó de su asiento al verlo y dio toda la sensación de que necesitaba largarse del campo. Hasta que se dio cuenta de que no podía ir a ningún lado, claro. Ya no volvimos a tener un plano de sus reacciones durante los minutos en que Dupont, tras una extraordinaria escapada que detuvo James Lowe casi en el alero, decidió hacer todo lo que no tenía que hacer para asegurar el preciado triunfo de los bleus. Casi lo consigue. Primero descuidó el reciclaje de una pelota en la 22 irlandesa, dejándose manotear por el flanker contrario, hasta convertir una transición rutinaria entre fases en una ruleta rusa; reconducido medianamente el error, a continuación abrió juego con un melón rasante a Fickou, que se partió los riñones y acabó cometiendo adelantado, lo que le dio la pelota a Irlanda. Y una vida extra cuando estaba sentenciada. Algo después, con los de Farrell boqueando para agarrarse a las últimas opciones de salvar la tarde, Dupont tomó otra decisión extravagante: a la salida de un encuentro en medio campo, cuando sus delanteros habían ganado otra vez la posesión, insistió en solitario contra los oponentes que guardaban los bordes del ruck, en lugar de liberar el balón para montar otra plataforma de seguridad tres metros más allá, y así ir desgastando el tiempo hasta el 80. No lo vimos en pantalla, pero resulta fácil imaginar que, a esa hora, Galthié debía de estar masticando sus famosas gafas. Irlanda recuperó la pelota otra vez y jugó una última posesión en la cual, ya se ha dicho, Francia aguantó pese a su propio empeño en el error. Y Dupont acabó pateando a la grada el balón de la victoria, otra vez ganado por los grandotes. En esta ocasión, sí, asegurándose de que el tiempo ya se había cumplido.

  • Gales o la resistencia como modelo

Tal vez los historiógrafos del Championship en sus diferentes formas (cuatro, cinco y seis naciones) podrían rebatirlo con alguna referencia poco conocida, pero uno apuesta a que habrá habido pocos Grand Slams más inexplicables que el de Gales hace un par de temporadas. Bueno, pues ojo porque el modelo pervive de algún modo en este equipo tan opinable de Wayne Pivac: después de dos partidos, resulta que Gales ha ganado ambos, el segundo en Escocia con punto bonus, y viajará a Twickenham en dos semanas en busca de la Triple Corona. Como el 6 Naciones es una cosa muy loca en sí mismo, quién sabe si no llegaremos a ver algo parecido a lo de 2019 y Gales viajará a París, en el final del torneo, en busca de un premio mayor. Ahora mismo, con tres jornadas por delante, todo esto no pasa de ser una especulación del mismo tamaño que la flor de casualidades que parecen haberse alineado para que Gales le ganara el primer día a Irlanda en Cardiff y le remontase a Escocia el sábado en el helado Murrayfield. Admitimos que algo harán bien, desde luego, pero no estamos seguros de qué es. Entre las expulsiones en el contrario (Peter O’Mahony y Zander Fagerson), y la natural resistencia esforzada del equipo de Pivac contra sus propias limitaciones, Gales ha vuelto a aquella versión posibilista de Gatland, cuyo indudable éxito nunca pudimos conciliar del todo con la forma del juego. Total, todo puede repetirse siempre. Halfpenny, por ejemplo, volvió a marcharse del campo víctima de un golpe en la cabeza. Otro clásico.

  • Franco Smith y Bilardo

De momento en la tabla manda Francia, empatada con Gales y por delante sólo porque se ha enfrentado a Italia y eso siempre engrosa el goal-average. Lo más notable de Italia es esa chaqueta hermosísima con la que salen a escuchar los himnos, una prenda que vamos a tener que comprarnos YA para completar la colección azzurra. Una vez se la quitan y empieza el juego, vuelve la Italia repetida cuya única forma de llamar la atención consiste en seguir acumulando derrotas hasta lograr una racha pantagruélica de partidos perdidos. De momento, tras caer en Londres frente a la Inglaterra sincopada de Eddie Jones, el equipo de Franco Smith acumula 29 encuentros seguidos perdiendo en el 6 Naciones. No es una cifra cualquiera. Quizás el manager italiano esté pensando en protagonizar una anécdota similar a aquel lúcido momento de Carlos Bilardo, el entrenador argentino de fútbol, referido por Jorge Valdano. El 28 de marzo de 1990 Argentina estaba a punto de batir el récord de minutos sin conseguir un gol. Le faltaban seis para lograrlo. En la charla previa al partido contra Escocia en Glasgow, Bilardo les dijo a sus jugadores: “No se les ocurra meter un gol antes de los seis minutos porque nos quedamos sin récord». Su razonamiento limitaba al norte con la locura y al sur con la genialidad: «Nosotros tenemos que estar en todas las conversaciones, en las buenas y en las malas. Después de los seis minutos hagan lo que quieran…”. Pues algo así con esta Italia. La notoriedad, aunque sea del revés. Si no habláramos de que están a punto de llegar a las 30 derrotas consecutivas, ¿qué íbamos a contar de Italia? Bueno: que Stephen Varney, su medio de melé, nació en Gales pero su mamma se llama Valeria y lo califica para la Nazionale. Y que juega, también, en Gloucester.