
La palabra mágica en un 6 Naciones tras Copa del Mundo es transición. Un término muy a mano, porque está construido con una equilibrada mezcla de materiales que posibilitan su condición de parapeto: un tanto por ciento apreciable de verdad, otro tanto de impermeable contra la lluvia ácida de las críticas. Pero, a pesar de ese contexto común, no todos los entrenadores afrontan igual este primer tournoi post-Japón. El diablo habita en los matices. Los que estrenan cargo (Galthié, Franco Smith, Pivac y Andy Farrell) tienen un legado que defender y/o mejorar. Y de los que siguen, Eddie Jones y Gregor Townsend, uno de ellos viene de jugar la final de la Copa del Mundo; y el otro, de estrellarse contra el monte Fuji. Valga la metáfora para subrayar la diferencia, aunque el estrago ocurriese en Yokohama.
Que Escocia no gana nada, ni a casi nadie, es una realidad que puede sonar exagerada, pero que describe con tozuda precisión la trayectoria del equipo del Cardo. Incluso en ese microclima de frustraciones enquistadas en el que opera Townsend, el rendimiento de su equipo en la Copa del Mundo, la descorazonadora impotencia contra Irlanda y la sonora derrota frente a Japón marcaron un punto de caída innegable. Cuatro años antes, Escocia se había deshecho del emergente equipo que dirigía Eddie Jones. Y si consideramos a Escocia desde el punto de vista de los países de su entorno, o sea el 6 Naciones, su porcentaje de victorias desde la adición de Italia en 2000 es lastimoso:
- Escocia v Italia: 65% (13 ganados, 7 perdidos)
- Escocia v Inglaterra: 25% (4 ganados, 14 perdidos, 2 empates)
- Escocia v Irlanda: 20% (4 ganados, 16 perdidos)
- Escocia v Gales: 22.5% (4 ganados, 15 perdidos, 1 empate)
- Escocia v Francia: 15% (3 ganados, 17 perdidos)
A pesar de estas evidencias, el periodo 2015/18 estableció la base de algunas esperanzas, por tenues que puedan juzgarse: la controvertida derrota con Australia en cuartos de final de la Copa del Mundo 2015; una primera victoria contra Francia en 10 años en 2016; otro primer triunfo frente a Gales en 10 años en 2017; y otro ante Inglaterra al fin, en 2018, también una larga década después.
Townsend ganó tres partidos en su primer 6N al frente del equipo, cuando relevó a Vern Cotter. Había sido el sustituto natural en el banquillo de un equipo cuyo renacimiento iba aparejado a la adopción del estilo fulgurante en ataque de Glasgow Warriors. Por lo que sabemos de Cotter y lo que sabemos de Townsend, parecía fácil asumir que la autoría intelectual del nuevo rugby escocés no pertenecía tanto al neozelandés como al entonces técnico de Warriors. Además, Townsend ya había trabajado con la selección antes, asistiendo a Andy Robinson como entrenador de las tres cuartos y de ataque. Era como comparar a Irvine Welsh con Robert Louis Stevenson. Una cosa es escribir libros y otra hacer literatura.
El estilo es el hombre. Aquello sólo podía mejorar.
Además, a Escocia le había crecido entre los matojos algo así como una reunión dorada de jugadores, que mezclaba generaciones y procedencias, pero completaba un equipo de valores muy apreciables: los hermanos Gray, McInally, WP Nel, Dell, Ritchie, Skinner, Hamish Watson, Toolis y Gilchrist… Y atrás Laidlaw, Price, George Horne, Russell, Adam Hastings, Dunbar, Bennett, Matt Scott, luego Huw Jones, Duncan Taylor, Rory Hutchinson, Darcy Graham, McGuigan, Kinghorn, Hogg.
De acuerdo, nadie esperaba que conquistaran el mundo en Japón. Ni siquiera Europa, si vamos a eso, porque la cuarta victoria en el 6 Naciones (la que por norma marca el paso a cotas mayores), parecía tan cerca como nunca y tan lejos como siempre. Pero ahí parecía haber una base sobre la que armar una evolución del periodo Cotter.
El segundo championship de Toony (el apelativo tradicional de Townsend desde sus días de creativo maverick en la tres cuartos escocesa), fue sin embargo un aviso: una sola victoria contra Italia, en el arranque del torneo. Derrotas consecutivas con Irlanda, Francia y Gales. Y ese folklórico partido de cierre en Twickenham: del escandaloso 31-0 a un empate final a 38 en el que George Ford evitó la que habría sido una de las most famous victories ever de la selección caledonia en el cuartel general de su auld enemy.
Los síntomas de que algo no había funcionado en la transición empezaban a acumularse. Y no sólo en los marcadores.
La general apelación al juego atrevido y veloz de Escocia aún descansa sobre episodios como la segunda parte de Twickenham, pero una mirada algo más crítica al último bienio descubre que ahí también ha habido una progresiva decadencia. No son sólo los resultados lo que ha empeorado. Los resultados ya eran más o menos lo mismo. El problema de fondo es que Townsend no ha logrado el equilibrio (la gran tarea post Cotter) y sus estructuras han acartonado de manera visible la fluidez escocesa en ataque.
Pese a que se le tenía por autor intelectual del nuevo estilo de juego escocés, y relevo natural en el equipo nacional, Townsend no ha logrado en estos dos años largos darle equilibrio a Escocia y, además, la velocidad de su ataque parece haberse acartonado
Sumémosle al riguroso balance más de una y de dos elecciones de corte conservador de Townsend a la hora de designar sus titulares (por qué no más Ali Price, por qué no más Graham-Hogg-Kinghorn en el fondo); y una insuficiente mejora (toma eufemismo) de los problemas estructurales que arrastra Escocia: la solidez defensiva (31 ensayos ha encajado el equipo con Townsend en sus 10 partidos al mando en el 6N); y su incapacidad para competir físicamente en las trincheras del juego.
Que el ataque de Escocia fuera más temible, veloz e imaginativo con Cotter es una de esas afirmaciones que generan vértigo. Pero.
En estos meses, la Escocia post Laidlaw, Seymour y Barclay (los tres fuera del concierto internacional ya) ha debido asimilar las enseñanzas de este periodo y preparar la corrección de su trayectoria. Pero el despegue anuncia que este tampoco será un vuelo agradable.
Los días previos al arranque del torneo han estado marcados por la sospecha de que Finn Russell y Gregor Townsend están al borde del divorcio. O algo así. La salida del apertura de la concentración escocesa da para toda clase de interpretaciones y ninguna augura nada bueno. Llegó la noche del domingo 20 de enero desde Londres al hotel del equipo en Edimburgo, después de que Racing 92, su equipo, perdiera en el Allianz Park frente a Saracens en la Champions Cup. Fue visto y amonestado por compañeros y cuerpo técnico por estar bebiendo en el bar. No sabemos cuántas se había tomado o cuántas pensaba bajarse, pero el caso es que rehusó dejarlo: «Breach of team protocol», se le llama a eso en el rugby post-moderno.
Townsend mantiene que Russell tiene la puerta abierta para regresar a la selección, pero el conflicto no tiene buen aspecto y ya hay quien teme que no vuelva y pide un ‘mediador’ para resolverlo
Abierto el conflicto, Huckleberry Finn llamó a sus padres y éstos acudieron a la concentración para recogerlo en un coche en el que se marcharon a su casa en Stirling. No entrenó ese lunes, aunque durante el día regresó a la concentración. Townsend le comunicó que no contaba con él frente a Irlanda y le ofreció quedarse con el grupo para ayudar en la preparación del partido. Russell decidió volver a París y el pasado fin de semana jugó con Racing 92 frente a Castres.
Ésta es una de las versiones. Hay otras que matizan, a favor de una y otra parte, lo que de verdad fuese que ocurrió. La intrahistoria con su padre -que trabajó para la Scottish Rugby Union, a la que ganó un juicio por despido improcedente-, añade otra capa de inestabilidad al escenario.
Townsend ha dicho que la puerta está abierta para su regreso. Otras voces sostienen que el jugador se siente traicionado por la versión de la historia que ha dado la SRU. El resultado es que nadie está seguro de que, en realidad, vaya a regresar. Porque el asunto iría más allá de la noche y la cerveza en un hotel de Edimburgo.
A esa sensación contribuye otro episodio ocurrido, precisamente, en aquel vibrante empate enloquecido en Twickenham. Al final del choque, Russell reveló en declaraciones públicas que había tenido un desencuentro en el descanso con Townsend acerca de la táctica de juego: «Tuvimos una discusión y le dije: ‘Nos pides que pateemos y cuando lo hacemos, ellos contraatacan y nos abren en canal; y cuando salimos jugando, nos frenan por detrás de la línea de ventaja y recuperan la pelota».
El tiempo y los hechos devuelven estos días el eco de aquellas palabras. Que tal vez expliquen cosas o tal vez sólo sirvan ahora a un relato adecuado.
A uno hace mucho que Russell le parece el apertura más interesante de todo el hemisferio; y la realidad ha demostrado que en estos últimos años, y más allá del perfil de indolencia que lo acompaña, acostumbra a erigirse en clave de bóveda del latido ofensivo de cada uno de los equipos por los que pasa. Esa impresión aún se hace más aguda en Escocia. Por eso ya hay quien pide una especie de mediador que ayude a resolver el conflicto, para calafatear el butrón de agua que se le ha abierto a la nave escocesa en el puesto de 10.
Porque sí, está Adam Hastings, el hijo de Gavin, que tiene una sonrisa que es un prodigio de alineamiento dental y anda jugando muy bien en Glasgow. Su rugby comunica ese aire liviano de los jugadores ingeniosos. Pero la solvencia de Hastings en el gran escenario, de momento, está aún más cerca de la asunción que de la realidad incontestable. Y además… ha vuelto a aparecer en el escenario Duncan Weir, llamado a la concentración para cubrir el hueco de Russell.
Sí, Duncan Weir. Insértese aquí el simpático emoji de la persona que se lleva la mano a la cara. El tiempo es una materia extraña.
Sin Laidlaw, ya retirado, y con Russell apartado de momento, la bisagra escocesa cambia por completo en el arranque de este torneo, con Price o George Horne en el nueve, para que el apertura sea Adam Hastings
Sin Laidlaw, los veloces George Horne y Ali Price se van a disputar el otro puesto de la bisagra. Darcy Graham, el ala, se ha lesionado y se perderá al menos los dos primeros partidos, lo que parece multiplicar las opciones de ver a Maitland y Kinghorn en los costados… salvo que Townsend tome la vía exótica de Ratu Tagive, un convert al que él mismo fichó en 2017 para Glasgow, siguiendo el patrón Naiyaravoro. Huw Jones regresa para hacer memoria de sus mejores días como ariete en el medio campo y le acompaña Matt Scott, tras un largo hiato sin aparecer por la selección. El mencionado Tagive (ala), Kyle Steyn (centro y ala), Thomas Gordon (flanker) y Nick Haining (tercera) están entre los debutantes en esa lista inicial y engordan el catálogo de naturalizados a través de los tres años de residencia, en el caso del primero, o por parentesco escocés. Y en medio de todo eso, Stuart Hogg estrena la capitanía, retirada a McInally.
Los augurios no son los mejores. La Copa del Mundo dio la razón a los temores acumulados a lo largo de los dos últimos años, con toda crudeza. Y ahora el 6 Naciones, en el que Escocia lleva muchos años sin encontrar la orilla, llega con la obligatoriedad de corregir el rumbo. El rugby escocés ha pasado casi toda la era profesional haciéndose todo tipo de preguntas retóricas. Ahora también Townsend, que parecía un hombre capaz de conjurar los enigmas, vive hostigado por un inevitable signo de interrogación.