La primera certeza que nos dejó el siempre elusivo 6 Naciones es que Gales no va a ganar el Grand Slam. No parece una cosa menor vistos los últimos años, pero cuidado… aún está por ver que no se lleve el torneo. Esto puede sonar a broma visto su primer partido contra Irlanda, que le pasó por encima y le clavó 29 puntos sin respuesta hasta que, en un regalo, permitió el ensayo del (des)honor del equipo de Wayne Pivac. Pero Gales nos ha acostumbrado a una idea fuerza: da igual que las ausencias los obliguen a formar un XV con tres chavales, cuatro primas y un par de ovejas. Al final, compiten. No sólo eso: incluso ganan. Hace tres años, el Grand Slam más imprevisto que uno pueda pensar. El año pasado, expulsiones y controversia aparte, se quedaron al borde de otro en París. Como repetimos cada año, el 6 Naciones es un torneo muy corto que a menudo se hace más largo de lo previsto. Y que, en términos de pronósticos, parece engañosamente sencillo de predecir. No lo es. Nunca lo fue. Y otra cosa. Aquí siempre hemos sido partidarios de una vieja idea: ganar el 6 Naciones no consiste en quedar el primero de la clasificación al final de las cinco jornadas. Ganar significa ganar el Grand Slam. Esto sonará a anacronismo, pero está inscrito en la memoria del torneo y algunos nos resistimos a que las versiones modernas lo nieguen. El ex jugador inglés Will Greenwood decía estos días en su columna en el Telegraph: «No tengo ni idea de la cantidad de veces que gané el torneo con Inglaterra, pero sí me acuerdo perfectamente de cuántas veces nos llevamos el Grand Slam: una. Y aún más de las que lo perdí». Irlanda, Francia y Escocia se mantienen en pie para ese objetivo.

Woki et al. Francia recibe a Irlanda el próximo sábado en París, donde el equipo del (ausente) Fabien Galthié también le hará de anfitrión a Inglaterra en el último día. Y tendrá que salir a Escocia y Gales en semanas consecutivas. La peligrosidad de los primeros ha quedado demostrada. La de los segundos aún hay que medirla, pero ya sabemos que Gales tiende a rebotar y a ser un cliente complicado en su propia casa. Los irlandeses, además de la visita a París, viajarán Londres. Francia resolvió también su primer duelo con suficiencia, que no con brillantez. Bastó con que, después de los aspavientos ofensivos habituales en Italia en el primer tiempo, los franceses le dieran la pelota a sus delanteros y les encargaran eso que tanto les gusta: el trabajo sucio y el desgaste por aplastamiento. Camino del descanso, y sobre todo lanzado el segundo periodo, Italia empezó a sentirse un inerme jugador de Jumanji: los bisontes corrían en estampida por los pasillos de casa, y acabaron por levantar el salón por los aires. Gabin Villière firmó tres ensayos de espadachín finalizador oculto tras los acorazados. Hasta 13 de los 15 jugadores titulares de les Bleus formaban el equipo que derrotó en noviembre a los All Blacks. Con actuaciones más o menos convincentes, la trayectoria francesa parece seguir una hoja de ruta. Pero ya han mostrado varias veces el reverso de los galeses: prometer todo y quedarse a medias.

Ensayo de ballet. «Life’s a game of inches… and so is football», les decía a sus jugadores Tony D’Amato, el veterano entrenador de NFL interpretado por Al Pacino en Un domingo cualquiera. Cambiemos la imperial pulgada por el centímetro internacional y el football americano por el rugby. Lo que nos queda es la imagen de Tommaso Menoncello ensayando en París, tras una memorable caída sobre la punta de los pies para no precipitarse por el abismo de la línea lateral. En todas las tomas frontales observadas por el vídeo arbitraje parecía imposible que el chico no hubiera apoyado los talones en su caída, tras descolgar la pelota cruzada con el pie por su apertura, Garbisi. Las del ángulo contrario, sin embargo, revelaron la habilidad loca del 14 de Italia para sostenerse en el borde del precipicio sin pisar la línea. Como los mejores esprinters, como los artistas del ballet clásico, Menoncello fue capaz de elevarse y aterrizar después sobre los metatarsos, salvando así el más mínimo roce con la raya de cal. El consciente ejercicio de funambulismo del joven italiano -19 años, el jugador más precoz en ensayar en el torneo desde hace 55 años- fue una sutileza que nos recuerda hasta qué punto ha evolucionado el rugby: un deporte al que siempre le interesó más la barahúnda de las grandes batallas que la letra pequeña de sus escaramuzas; y en el que ahora los árbitros se ven obligados a resolver, día sí y día también, acerca de situaciones dignas de un microscopio electrónico.

¿Bailas, darling? Nos hemos acostumbrado tanto a la gravedad de los técnicos en sus palcos que la sonrisa que le sacó a Gregor Townsend el ensayo de Ben White pareció, por contraste, un exceso de naturalidad. Sin embargo, nada más comprensible que la complicidad divertida que implicaba el gesto. El acelerón vertical de Graham por el callejón entre la línea de 5 y la de 15 desairó la subida en presión de los ingleses, que sabían que su única posibilidad pasaba por la invasión anticipada del espacio: eran Itoje e Isiekwe, con el apoyo de Ben Youngs, contra Hogg y Graham. El zaguero escocés corrió en ángulo para implicar a los grandes en el duelo y, generada la incertidumbre, descargó para la llegada del ala. Graham pasó entre Isiekwe y Ben Youngs como un esquiador que rebasa la puerta de un descenso gigante por la ladera nevada. Cuando Marchant salió a su encuentro, lo embromó con dos cambios de pie que nos recordaron que los bailarines livianos siguen vivos entre los mastodontes. Pisó para fuera y enganchó hacia dentro. Para Marchant fue como tratar de detener una bala en el aire. Ben White, que acababa de entrar mientras a Ali Price le aplicaban el protocolo de golpazo en la cabeza, acompañaba la jugada por el interior y solo tuvo que facilitar el dos contra uno con el zaguero Steward de víctima. El breve cameo en el partido le dio a White para firmar la primera marca de Escocia. Al contrario que Eddie Jones -quien siempre se ríe con el gesto ladino del que trama algo-, Gregor Townsend lo hizo de puro gusto. Y, sin embargo, era también la sonrisa taimada de quien ha diseñado una trampa inadvertida.

Eddie y el señor Jones. ¿Perdió Inglaterra por cambiar de apertura a la hora de juego? No, realmente no. Puede que le hiciera más daño la salida de Ludlam, en realidad. Y otras decisiones posteriores. Pero, en cualquier caso, la retirada de Marcus Smith para meter a George Ford careció por completo de sentido. ¿Por qué razones puede cambiar uno a su número 10? Bien porque está lesionado, obvio; bien porque ha perdido el control del choque o directamente la cabeza; bien porque el equipo necesita un cambio de aproximación, de ritmo, de estilo de juego, algo… O bien porque el partido está ganado y caben las licencias y la administración de cansancios. Ninguna de esas razones concurrían en el momento en el que Eddie Jones retiró a Smith -autor de un ensayo- y puso a Ford en el campo. Inglaterra ganaba 10-17. Si algo necesita un jugador con pocos partidos en un puesto crítico -incluso un jugador precoz y de personalidad enorme como el apertura de Harlequins- es una confianza sin paliativos; demostraciones fehacientes de que no le han prestado el puesto como meritorio, sino que lo han nombrado mariscal de campo. El cambio no fue la razón de la derrota inglesa, pero insistió en la idea de que Eddie Jones les tiene tanta fe a sus planes preconcebidos que, como se diría en el periodismo, no permite que la realidad le arruine un buen titular. Y otra: ¿Cuánto le importa en realidad este torneo en su concepción del mundo? ¿Le importa más el 6 Naciones o su plan de pruebas?

Dos primeras pensando. Inglaterra perdió porque en unos pocos minutos se puso a disparar al aire y acumuló decisiones y ejecuciones rayanas en el delirio. Primero, la acción de Cowan-Dickie, con ese manotazo deliberado a la pelota que le costó la amarilla y un ensayo de castigo para Escocia. Por cierto: que los jugadores pidan perdón en las redes sociales por cometer errores en el campo, como si hubieran cometido algún crimen, nos parece una ridiculez. ¿Habrá que disculparse por fallar una patada a palos? ¿Por un adelantado cuando vas a ensayar? ¿Por un placaje que se escapó? ¿Habrá que pedirle perdón a las hordas del social media por ser humanos, por errar, por existir? En fin… Que era el minuto 65 de partido cuando el talonador inglés se fue diez minutos por amarilla y con un ensayo de castigo decretado por despejar la pelota de manera deliberada. Pero después vino el cálculo errático de riesgos que hizo Eddie Jones con su equipo en inferioridad. Retrasó la incorporación de Jamie George como talonador y decidió jugar un saque lateral en zona de ataque con Joe Marler (¡Joe Marler!) para lanzar la pelota. Marler intuyó que la solución tal vez estuviera en no arriesgar el balón arriba, lo que daría lugar a una rifa en la feria, sino tirarlo a la corta para asegurar abajo. Que dos primeras se pongan a pensar sólo puede dar como resultado una enorme diversión o un fracaso épico. Fue lo segundo: Marler y su compinche se olvidaron de que, cuando uno lanza un lateral, al menos la pelota ha de pasar la línea de cinco. Le devolvieron la posesión a Escocia y los nubarrones se le juntaron a Inglaterra como en las tragedias de Shakespeare. La Rosa estaba en inferioridad numérica, pero Eddie Jones dijo que temía más el juego abierto de los terceras escoceses y que por eso aguardó hasta que se produjera una melé para introducir a George. Cuando lo hizo, retiró a Sam Simmonds, dejando una melé en su propia zona roja con siete hombres en la formación, sin octavo que cerrase, con el fin de defender en igualdad numérica el espacio abierto. Concedamos que no se trataba de una decisión sencilla y que cualquiera de las dos soluciones podría salir bien y mal al mismo tiempo. A Inglaterra la moneda le cayó por la cruz: con uno menos en la fase estática, derrumbó e incurrió en golpe de castigo. Y ese pateo fue el que le dio a Escocia los tres puntos que le permitirían ganar el partido.

Inversiones Townsend. Fue un resultado que admite interpretaciones desde muy variados ángulos. En esos últimos minutos Inglaterra se inmoló. Antes, mucho antes, no fue capaz de derribar el portón escocés pese a establecer un dominio expansivo en todos los órdenes. El equipo de la Rosa ganó la posesión de la pelota en el global del partido (54%) y aún más el control territorial: 62% del tiempo pisó en campo contrario y un 66% de su posesión se produjo en territorio ajeno. Triplicó el tiempo de juego en la 22 rival: Inglaterra pasó 2m37s en la zona defensiva escocesa; por contra, los chicos de Gregor Townsend pisaron el otro lado del campo… apenas 54 segundos. Inglaterra recorrió hasta 719 metros con la pelota, por sólo 454 de los locales. Pero la productividad estuvo en el lado escocés: 3,4 puntos sacaron de media en sus visitas a la 22 inglesa, contra los escasos 1,2 de su rival. Inglaterra quiso volar ligero y a Escocia no le importó demasiado. El conjunto de Eddie Jones jugó casi un 65% de pelotas rápidas (recicladas en menos de tres segundos) en los rucks. Aun así, Escocia se preocupó más de defender en pie el espacio que de molestar en el suelo. Escocia siempre reinició el juego tras los encuentros con mayor lentitud que los ingleses, lo que revela su calculador plan de juego: un 30% de veces, su medio de melé se tomó entre 3 y 6 segundos para volver a poner en movimiento la pelota (Inglaterra, un 20,6%). Y lo mismo en rucks de más de seis segundos: 22,8% de Escocia frente a 14,7% de Inglaterra. Los números sintetizan el mando inglés… y hasta qué punto su exhaustivo control se frustró por la escasa productividad. Escocia únicamente sumó un placaje dominante, lo que parecería denunciar a un equipo en problemas. Pero su defensa fue altamente eficaz: placó mucho (124 veces) y sólo erró seis tackles (Inglaterra falló 17). El epítome de esa línea de trabajo se llama, cómo no, Hamish Watson: el tercera escocés lleva 163 placajes completados en el 6 Naciones de forma consecutiva. Sin fallar uno solo. Contra esa defensa escocesa más dedicada a contener que a dominar, Inglaterra se gastó todo lo que tenía en los bolsillos sin encontrar el modo de pasar y ganar. Mientras, Townsend dirigió a su equipo como el rentista avezado que se dedica a pequeñas inversiones de beneficio mayor. Escocia es una rara mezcla de defensa delicada y oportunismo audaz. Cuatro de las cinco últimas Calcuttas se han llevado a casa, después de una década entera de impotencia frente al vecino de abajo.

La oruga de Baxter ha llegado al 6 Naciones. El técnico de Exeter Chiefs ha popularizado en los dos o tres últimos años en su equipo una práctica que ha hecho fortuna en el universo élite. Porque, sí… es eficaz y sirve a un propósito. ¿Para qué negarlo? Pero cada vez que lo vemos nos dan ganas de estrangular algún muñeco. La esperanza estaría en que tiene solución. Que, como ha demostrado alguna vez algún árbitro decidido, el butrón normativo por el que se cuela esta práctica puede ser obturado. La eficacia de ese trenecito estomagante que montan los delanteros para proteger la patada alta de su medio de melé se resolvería de un plumazo si los colegiados obligasen a los nueves a cumplir la ley. En cuanto la pelota ha sido claramente ganada, se considera jugable y el característico grito («use it!», «¡jueguen!») debería dar lugar al reinicio y la siguiente fase. A partir de la advertencia del juez, el balón tiene que ser levantado y puesto en acción antes de cinco segundos. Pero, a menudo, los medios de melé estiran el tiempo, aguardan la llegada tardía de sus delanteros, que van formando mientras ellos arrastran la pelota con el pie (o incluso con la mano, visión aún más flagrante) hasta el último pie de la oruga. En el mientras tanto, oímos al árbitro pedir una, dos y hasta tres veces más lo mismo que ya debería haber ocurrido: «Use iiiiiit!». Pero el medio la usa cuando la conga de sus grandotes está conformada. El resultado es una deliberada pérdida de tiempo de juego que queda sin castigo -la sanción según la regla es una melé- y la obtención de una ventaja (alejar a los defensores y proteger la patada del medio) que en realidad con frecuencia resulta ilegítima. Todo es cuestión de tiempo.