¿Quién no recuerda los éxitos del Osito L’Eliana? Aquel equipo de balonmano femenino que llegó a ser campeón de Europa. En la misma localidad, a escasos metros, en el juvenil masculino de Maristas allá por los setenta «destaqué como el mejor portero reserva de mi equipo». Palabra de Toni Gimeno. Apunten ese nombre. El impulsor del CAU, el hombre que cambió la historia de este club valenciano tras un ligero desencanto con el handbol. Y a la postre, padre de nuestro protagonista. «Soy Álvar, no el hijo de Toni. Siempre me vi así, aunque fuese mi entrenador… Tampoco me gusta que Toni sea ahora el padre de Álvar: Toni es Toni». Eso dice el hijo. Aunque el progenitor no piense lo mismo: «Es una pasada que ahora algunos me conozcan por lo que logró mi hijo».

Sigamos imaginándonos en L’Eliana. Allí descansa siempre que puede, rodeado de sus amigos de toda la vida, este joven de apenas 20 años que acaba de ganar la Copa del Rey con el VRAC, el equipo más potente de todo el rugby español y en el que es titular. 20 años. Saquemos cuentas. Apenas meses después de aquel campeonato de Europa del Osito (verano del 97), nació Álvar. Hijo de Toni y Yolanda, ex internacional española de balonmano en el histórico Íber. Curioso.

Pero no nos despistemos. Álvar atiende la llamada de H desde Valladolid, recién aterrizado de vuelta a la realidad, donde se ha adaptado bien en los escasos 10 meses que lleva desde que fue cazado del Cisneros: «Es una ciudad más pequeña y hace más frío que en Valencia, pero me siento bien». Estudia Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (CAFD) y ahora peleará por ganar la Liga. También es internacional absoluto con España: «Debuté con 18 años ante Tonga», afirma, sin más detalle, como si entrase dentro de la lógica.

Los jugadores del VRAC, Álvar Gimeno entre ellos, celebran el título en Valencia.

Es tan reservado como maduro. «No me gusta hablar de mí, me cuesta cuando me preguntas» confiesa. Pero es tajante como si tuviese 40. «Esa madurez que dices que aparento quizá sea por las experiencias que he tenido que vivir, el haber estado solo fuera de casa o haber viajado tanto». Le queda un mes de competición y quiere ganar la Liga con el VRAC. ¿Y el año que viene? «Tengo una propuesta para renovar, aún no sé qué haré, pero aquí me tratan muy bien». Cantos de sirena del otro lado de los Pirineos tocan a su puerta, aunque el terminar la carrera y la barrera del idioma serían un hándicap.

«Algún día jugaré en Nueva Zelanda. Sé que no a corto plazo, pero me encantaría». En realidad, Álvar ya lo hizo con 11 años en el Burnside: «Fue increíble». Cuando su padre Toni, en uno de sus muchos arrebatos, se llevó allí a la familia durante tres meses tras cogerse una excedencia en 2008. «Me encantaría volver. Tengo la referencia de Luis Canti, que anda por allí». Canti, Álvar, su primo Álex Gimeno (espoir de Montpellier), Guille Domínguez o Vicente Del Hoyo (ambos de Cisneros) son algunos de los nombres de un equipo mítico, dirigido por… Toni Gimeno, que sólo perdió dos partidos en doce años, acumulando campeonatos de España y venciendo torneos internacionales.

Álvar, de incipiente rugbier.

Aquellos nombres, o el de Teresa Bueso, Leona a la que una grave lesión de rodilla privó de los Juegos de Río, formaban parte de ese CAU que ya es leyenda y que nutrió a nuestra selección sub20. Álvar era el capitán, su apertura, el centro de las miradas. «En el campo me divirtió siempre eso», dice. Fuera de él le molesta ser visto como un referente -«si es que sólo era uno más del equipo»-, o que se le recuerde su vínculo sanguíneo con el entrenador. «Era Álvar, sin más. Y aquel CAU era un gran equipo del que han salido muchos grandes jugadores».

Durante la final tuve dos focos en el campo. Uno era el sitio donde estaban mis amigos. El otro, la gran mancha roja del CAU, donde estaban los niños de mi club: algún día volveré y jugaré en Valencia, seguro

Gran parte de aquel equipo se reunió en la grada del Ciutat de València, el estadio del Levante, el pasado 29 de abril. «Tuve dos focos en el campo. Uno era la gran mancha roja del CAU, el sector donde estaban los niños de mi club. El otro, el sitio donde estaban mis amigos». La distancia que marca la conversación telefónica o el sonsacarle detalles se acorta cuando brota la naturalidad con la que explica ese vínculo. L’Eliana. «Mantengo todo el contacto que puedo con mis amigos de la infancia. Con los que hicieron rugby y con los que no, pero para mí es fundamental».

Mientras miles de niños de las prolíficas canteras valencianas disfrutaban de la final de Copa, nuestro hombre, segundo centro quesero y parapetado bajo su casco negro, levantaba el título a sus 20 años. Lo hizo en Valencia, la tierra donde se crió y abrazó la Copa. Donde acumuló récords en las escalas inferiores del CAU. Y donde regresó, cerrando un primer círculo en su carrera con sus insultantes 20 años.

Toni y Yolanda, sus padres, con Álvar. [Foto: Luz Fierro]

Álvar I, Rey de Valencia. ¿El próximo reto? Está en las Antípodas. Por sus venas corre sangre tan roja como la camiseta de su CAU, la de los Leones y quién sabe si la de Crusaders. «No me obsesiono con lo de Nueva Zelanda, ni mucho menos. Ahora sé donde estoy. Me queda mucha carrera por delante». Una trayectoria que podría cerrar en casa, quién sabe: «Algún día volveré y jugaré en Valencia, en el CAU, al máximo nivel, estoy seguro de ello».

De momento falta que se unan fuerzas entre clubes: «Ya se intentó en su día y entonces no salió, sería bueno crear una especie de franquicia o algo similar y evitar la fuga de jugadores que tuvieron que marcharse». Álvar sigue su camino, como el Cid, derrotando enemigos, y luciendo la corona del rugby valenciano como exiliado en Pucela que se escapa cada vez que puede a L’Eliana. El pueblo donde Toni, a lo suyo, pasa los días peleando con unas complicaciones vasculares que tratan de hacerle más duro el día a día. «Voy a ser el mejor entrenador sentado del mundo». Y si se lo propone, lo será. El CAU le necesita para seguir fabricando talento. Sabe cómo hacerlo, Álvar es el mejor exponente de ello. Pero, háganle el favor, no se lo digan: sólo disfruten viendo jugar al 13 del VRAC.