En 1888, Vincent van Gogh abandonó la luz mortecina y abúlica de la ciudad de París y tomó un tren rumbo al sur, a la búsqueda de los luminosos cielos de Provenza. «Que todos los artistas se reúnan en Provenza», era el deseo del genio holandés. En esta tarde invernal de febrero, los impresionistas del 6 Naciones llegaron a la región para exhibir su arte en el Orange Vélodrome de Marsella, donde la región funde sus colores con la luz mediterránea.

Era viernes por la noche y los tonos lánguidos del Var enmarcaban el esplendor luminoso del estadio. En ese escenario de contrastes se encontraron dos equipos que visten de azul, para dirimir un batalla de tonos más bien sombríos…

Por primera vez en la historia del torneo, Francia optaba por disputar un partido del 6 Naciones fuera de París. Como si quisiera sacudirse la sombra de fracaso que sobrevuela su trayectoria en el torneo, la disputa se trasladó a 774 kilómetros al sur de la capital, bajo el tenue influjo de la luna marsellesa. Por si el tono general no fuera suficiente, el partido dio comienzo a las nueve de la noche: una hora bien mediterránea para hacer ambiente.

La perspectiva del Vélodrome desde la tribuna de prensa en la que estuvo Revista H.

A los franceses les encantan estas veladas tardías, porque les proporcionan el margen suficiente para deleitarse con un filete y un buen tinto, rematado con alguna de las infinitas variedades de queso del país y un espresso, antes de descender el Boulevard Michelet, que desemboca en el magnífico campo que es el feudo del Olympique de Marsella.

Los romanos pasaron por aquí en el año 49 A. d. C. y se quedaron una larga temporada. Pero la versión 2018 de los transalpinos fue mucho más amigable que la de las conquistadoras legiones de la antigüedad. Los italianos abarrotaron los cafés y bares de Le Vieux-Port, disfrutando del pintoresquismo del puerto y del aire invernal de la noche, que se mezclaba con una leve brisa marina.

Para cuando los artistas se presentaron en el escenario, este no podía ofrecer mejor aspecto. Pero el espectáculo quedó lejos de ofrecer al público nada que se pareciera remotamente a una obra maestra. Tanto así que, por momentos, dio la impresión de que esta generación de impresionistas comisariada por Jacques Brunel apenas acertaba a sujetar los pinceles en la mano. El partido tuvo mucho entusiasmo y un gran colorido, pero en lo que se refiere al rugby careció por completo de sustancia.

Marsella vivió con anticipación entusiasta su primera cita con el 6N.

Unas 50.000 personas habían llegado al Vélodrome a ver esta exposición de presunto talento, el rugby de élite en su versión más reconocible: el 6 Naciones. No fue una noche para recordar, pero al menos la mayoría del público marsellés se pudo marchar de vuelta a casa con la relativa satisfacción de haber presenciado la primera victoria de Francia desde marzo de 2017. Que se dice pronto.

¿Y los italianos? Bueno, hoy por hoy la victoria italiana se ha convertido en una pieza para coleccionistas. Con la de este viernes en Marsella los chicos de Conor O’Shea acumulan su decimoquinta derrota consecutiva en el torneo.

El resultado final fue de 34-17, pero el margen de la victoria francesa debió ser mayor. Francia largó por el sumidero no menos de tres o cuatro ocasiones bastante sencillas de sumar ensayo. Pero, al final, el estado competitivo del equipo bleu ha alcanzado un punto tal que lo único que cuenta es la victoria, prioridad indiscutida.

Una touche ganada por los franceses: el aspecto del Vélodrome fue impresionante.

Otra derrota habría provocado, tal vez, que unos cuantos franceses fueran embarcados a la mañana siguiente en una nave con destino al Castillo de If, la vieja fortificación situada en la bahía marsellesa, y que desde el siglo XVII sirvió de prisión. Algunas leyendas convenientes sostienen que entre sus paredes conocieron cautiverio caracteres principales del imaginario histórico y literario francés: el hombre de la máscara de hierro, el marqués de Sade y un par de personajes de Dumas en El conde de Montecristo.

Por fortuna para Brunel y más después de lo ocurrido en Edimburgo, nadie acabó preso. Los artistas llegaron a Provenza, pasaron la noche… y regresaron por donde habían venido. La delicadeza de los brochazos impresionistas había dejado paso a la imagen rotunda de un morlaco armado con un rodillo. Mathieu Bastareaud había convertido la belleza en bestialidad…

Fue una de esas noches mediterráneas.