El paso del equipo polinesio por España ha dejado constancia de la singularidad de su rugby, que vive horas inciertas en medio del escenario profesional.
De cómo en los equipos de rugby de toda condición, los hombres pierden el nombre que les dieron sus padres, aplastados bajo el peso de los inevitables apodos.
El intérprete, siempre excesivo, cuenta como se escapó de un teatro londinense en el que interpretaba a Shakespeare para jugar un encuentro final en Gales.
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